domingo, 19 de abril de 2015

Viaje de vuelta

Hace apenas unos minutos estábamos tú y yo por encima de la nubes, viéndolas desde arriba,  procurando escaparnos de la niebla.  A ti no te daba demasiado miedo, pero a mi confieso que mucho. Solo la idea de perderte, de que te alejaras más de unos metros, o de que te cayeras y que yo siguiera sin oírte, me hacían desechar cualquier aventura. Decidí hacer del día algo monótono; repetir una y otra vez  la misma pista o algunas ya conocidas, intentando que el aburrimiento de lo repetido no nos deshiciera el disfrute del día.  Al fin y al cabo todo era nuevo. Había empezado a nevar y la nieve que pisábamos  la estrenábamos a medida que iban pasando los minutos, con esa paz que entra cuando nieva con calma, casi sin peso y sin  prisa. Tú y yo por ahí arriba, cada uno venciendo sus cosas. En la última bajada hemos llegado con los esquis puestos casi hasta el apartamento, cruzando el arroyo cuyo sonido tanto me gusta, un sonido de arroyo que reproduce la alegría de lo que empieza, el ánimo alegre de lo que sería la infancia del río,  chocando  el agua contra las piedras grandes, el agua derretida que cae sin esfuerzo, por su propio peso hacia su origen.

Cada uno habíamos llegado hasta aquí  venciendo  nuestras cosas. Yo un cansancio arrastrado por la falta de tiempo y un exceso de  horas de ordenador comprimiéndome  los hombros y la vista. Tú  vencías una necesidad que quizá todos hemos sentido alguna vez: el que tu padre te haga caso en exclusiva, sin la presencia de tus hermanos mayores, por unos días. (También podrías haber tenido la necesidad opuesta, el de integrarte solo con ellos y descansar de tu padre)  La fotografías en las que estamos todos juntos ignoran muchas veces las verdaderas necesidades de cada uno  y en general ocultan la solución (o el problema) de  las ecuaciones familiares;  la foto y la sonrisa de grupo es el lugar donde se diluyen las diferentes combinaciones de los elementos tomados de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres… el lugar donde se pierde lo meramente numérico  y se entra en la complejidad universal de las relaciones con nombres, padre-hijo, hermano mayor –hermano menor, hermano-hermana, hija-madre, etc etc.

Ha sido casualidad el que viniéramos solos, el que tú y yo nos aislemos y nos abstraigamos de todo, tu aún en la niñez, y yo en una edad que cubre un tramo tan grande de la vida que la hace equivalente a no tener nombre.  Tu y yo contra un fondo blanco, sin nada más, sin notas escolares, sin obligaciones laborarles en la cabeza, sin nada más que la nieve, nuestro peso y nuestro cuerpo para bajar estas pendientes, casi sin distracciones; tu haciéndote algo más adulto, -autónomo- y yo haciéndome  algo más niño dejando que la adrenalina vuelva a circular a sus anchas mientras revivo  la velocidad y la aceleración en mi  propio cuerpo. 

Ignoro que puedo ser tu espejo, tu contrapeso, tu simetría, la referencia en la que mirarte mientras estamos juntos, y sin embargo no debería de olvidarlo. Sé que ahora vas a fijarte en cada detalle, ya que eres así por naturaleza, esta vez recorriendo en sentido contrario el viaje que hemos hecho hace unos días. Ya hemos cerrado el apartamento,  cerrado las llaves del agua, bajado las persianas, y he comprobado que no quedaba ninguna luz encendida. Y  ya estamos de nuevo en el coche  (como cuando vinimos) pero ahora descendiendo el valle, con la misma naturalidad que el río que lo atraviesa, sin prisa, sin la ansiedad de los viajes de ida, pues ya lo hemos dado todo. He sentido el placer de que te agotaras, de que te quedaras dormido y reventado después de un  día intenso pero ahora sé que no te durará mucho el sueño. Tienes una naturaleza en la que hace falta mucho frío, y muchas horas de ejercicio para que te agotes. (A veces pienso que el propio movimiento te va recargando de energía como las dinamos de las bicis de cuando yo era pequeño). Ya te sientas en el asiento de delante y manejas el móvil mejor que yo. Me propones con rapidez las rutas, la precisión de cuanto acortamos por cada una;  lo miras con una habilidad con los caminos que me asombra. Has nacido con toda esta tecnología y sin que tengas aún móvil sabes más del móvil que yo. También te gusta sorprenderme con información que sabes que puede interesarme, como que sonreir alarga la vida; por lo visto lo has mirado en internet. No sé si alarga, pero a mí me cura tu risa y de cuando en cuando la nieve.

Vamos dejando a los lados el amable verdor del valle, el surco suave y joven del río que lo cruza con el agua derretida bajando. Tengo la agradable sensación de estar en la naturaleza,  de estar muy cerca de ella, y de habernos acercado lo máximo posible  estos días y esta mañana,  casi inmersos en su interior como en verano cuando estamos dentro del agua, o como en otoño cuando nos adentramos en un bosque. Hemos sentido de cerca los copos en los árboles,  la nieve ligera y las huellas recientes sobre la pista casi intacta. Ya es tarde para esquiar. La nieve de primavera a mediodía si se libra de estar empapada es como la sal  por eso ha sido tanto regalo que ayer nevara, ha sido como un regalo y una sorpresa.  

El calendario nos marca ya el comienzo de la primavera, pero el invierno se ha prolongado. He celebrado mi cumpleaños  allí contigo solos, pero no aislados. A ratos miraba yo el wathsap o el facebook y me llegaban mensajes de muchísimos sitios.  De  personas con las que había hecho amistad hacía ya muchos años. Otras muy recientes. Y me sorprendía cada felicitación,  y en la memoria me venían en un instante los años vividos, las experiencias compartidas y era como si estuvieran al lado aunque hubieran pasado los años que hubieran pasado; he sentido el cariño cerca aun estando lejos.  He viajado, me he desplazado, no solo de un lado a otro sino  también por el tiempo, ese que a veces parece que no existe en el interior de la mente. Ahora  Madrid en cambio, nos queda lejos y tenemos viaje por delante.

La sensación que tengo al conducir justo después de esquiar es la de seguir bajando una montaña  que no acaba nunca, como si fuera la prolongación del placer  de esquiar seguido muchos kilómetros, de bajar casi sin esfuerzo, por tu propio peso, como una gota de agua del río en un viaje placentero hacia el mar.  Siento esa  inercia en la mente, pero estoy conduciendo. A veces me adelanta algún loco, con prisa. A veces, me toca un camión y tengo que adelantar yo. Son las carreteras de montaña. Vemos la presa, con su curvatura precisa y sólida haciendo de arco que sostiene el peso del agua. El agua que ha atravesado ya varios valles, y que espera aquí detenida. El paisaje nos acompaña y te llaman la atención unos trozos de montaña que faltan, trozos bastante grandes y  me preguntas la razón de esas ausencias y yo no sé por qué. Alguna cantera, digo sin demasiada  convicción. Nos metemos ya en otro valle diferente, por una ruta que me has confirmado en el navegador del móvil.  Entonces me dices que pare, que en este pueblo está la casa que me gustó en el viaje de ida. Paramos a hacer unas fotos. Ya me conoces;  también te atraen como a mí las casas diferentes y modernas. También juegas con ellas en el minecraft. Puede que nos parezcamos más de lo que nos pensamos. 

Cuando tenía tu edad (quizá un par de años más) hice este mismo viaje, yo sólo con la familia de mis primos. Aquellos tíos míos (además de mi abuelo)  eran mi conexión familiar más cercana con el mundo del deporte y la vida al aire libre, y en ellos la nieve no era una aficción más, sino una pasión.  Diría que era la felicidad que está reservada a aquellos que saben (y buscan el cómo) disfrutarla  palmo a palmo, año a año, con la ilusión intacta. Es el mismo viaje, pero ha pasado mucho tiempo. Los remontes son nuevos, el túnel que te mete en el valle ya no filtra el agua de la montaña, los pueblos han crecido, la tecnología ha cambiado. Los equipos de música, los teléfonos, nada tiene que ver.
Mientras estabas ayer dormido en el apartamento estuve un buen rato hablando con Carlos, uno de mis primos en el que  el paso del  tiempo (el que ha pasado por mí , no por él) ha desvelado que había guardadas muchas cosas para compartir. Entre sus principales trabajos y proyectos está el teatro para bebes. Me escribe para felicitarme desde Brasilia,  donde vive y trabaja. Y me envía  por el correo uno poemario de una obra de teatro que ha escrito él, de la que transcribo los últimos versos.  
  
“Madres tejidas por sus bebes
y los bebes tejidos por los hilos de sus abuelos
hilos mágicos del tiempo
y de los otros rincones del tiempo.
Del tiempo tejido por ti
Del tiempo tejido por ti
    Del tiempo tejido por ti. “

Lo leí con interés, disfrutando cada simetría, cada eco, cada reflejo en los versos y en las palabras. Aunque el invierno se hubiera prolongado  desde el apartamento fui consciente de que los pájaros comenzaban sus coros y sus cantos. Algunas de las frases que había leído ayer quedan en mi mente como los pájaros en las ramas de un árbol, quietos  hasta que se deciden a seguir volando. Entonces me sorprenden de nuevo (por segunda vez) y me quedo pensando en la simetría de las frases. Me quedo asimilando en que mientras te alimento, me alimento a mí. Ese tejido interconexionado de todo enseguida me gusta. También la nieve del invierno está conectada con el agua del mar que nos baña en verano. También el agua del mar que se evapora en verano está interconectada con la nieve que ha caído, nueva, reciente, sin prisa, cuando le ha parecido bien.

El valle que atravesamos ahora es muy despoblado. Y muy bello. Lo atraviesa otro río. Y tiene un espíritu diferente al de Arán. Cada valle, cada río tienen una forma de ser. Los hijos también. Siempre hay elementos de familia parecidos, pero hay algo específico. Algo que es importante que detectemos, para conocer la felicidad que cada uno tenemos reservada. El agua sigue bajando hacia sus destinos y pienso en lo bien que está pensado el planeta. Ese agradecimiento al planeta, me alimenta también con la misma simetría que ordena las cosas. Vamos dejando atrás el valle de Bonansa con sus pueblos y su paisaje fértil y nos vamos metiendo en zonas algo más ásperas,  con una personalidad más aragonesa, más térrea,  para llegar poco a poco a Huesca. Te he pedido que me teclearas en el móvil la dirección de una pastelería de Huesca. Mañana, lunes quiero llevar algo al trabajo para celebrar el cumpleaños con mis compañeros. 

Te fastidia un poco que paremos en Huesca pero necesito encontrar esos dulces. Mañana lunes lo tendré difícil antes del trabajo para comprarlos. El navegador no tiene en cuenta que el centro está cortado por obras. Dejamos el coche donde podemos y vamos andando.  Hay un invierno retrasado a la vez que una primavera en el aire. Un cierto desorden, un deshielo del que nosotros también formamos parte. Nos han ido mandando de un lugar a otro. Es absurdo,  podría  haberlo resuelto en el Opencor, pero me puede mi maldita manía por lo auténtico, lo artesano, lo realizado con amor al oficio.  La que buscaba estaba cerrada y nos han mandado a otra. Las personas a las que  preguntamos nos atienden  con una amabilidad lenta y sin prisa.  A mí me gusta esa lentitud y a ti Huesca te resulta pequeña. Una vez allí nos hemos comprado cada uno un bollo, cediendo a una cierta ansiedad de dulce que habitualmente no nos permitimos.  De repente se ha puesto a llover, mientras caminábamos ya hacia el coche. Nos ponemos a correr instintivamente  y he visto en tus ojos una cara de felicidad inesperada al comprobar tú que me ibas ganando metros en la carrera.

Me doy cuenta de  que educo, (o dejo de hacerlo) con patrones muy similares a la educación que he recibido. Como padre puede que reproduzca muchas cosas parecidas a las que yo viví y sin embargo me gustaría quitar alguna de ellas (no siempre es fácil) Supongo que es la dificultad que todos tenemos de romper las inercias. Por otra parte tampoco creo en la perfección de nada, solo en ir incorporando si puedo alguna mejora a lo vivido. Ha sido una suerte subir juntos en la silla del remonte, un poco a la intemperie, contigo equilibrando la diferencia de pesos desplazándote unos palmos de mi; entonces, sintiendo esa distancia y ese equilibrio me digo: Yo creo en ti. (no cuando es evidente sino cuando no lo es)  Creo en tu felicidad.  Ser padre y ser hijo supone conocerse mutuamente, conocer el camino de la felicidad del otro. En este preciso instante has rebajado  mucho la conducta disruptiva. A veces puedes ser mi espejo, mi simetría, pero eres tú mismo.  Tienes la felicidad del movimiento. Quizá la angustia de estar quieto. De dormirte, de pensar que todo se acaba. Pero estás reventado. Duermes. Y mientras duermes, tu universo se forma. Y también el mío. Me alimentas. Me haces padre mientras quieres  apurar cada segundo de ser niño y de ser hijo.

Tú también me formas. Eres cariñoso y físicamente cercano desde que naciste. Puede que entre los padres y los educadores te hayamos ido conformando para  crear los mecanismos necesarios para relacionarte pero me he dado cuenta de que tú también me conformas a mi. Eres tú, con tu vida, el que me convierte en padre. Dan igual algunas imperfecciones. Lo importante son los balances y que en ninguna de las dos partes haya déficit de cariño, de atención, de educación, del orden necesario para vivir, de comunicación. El que los dos tengamos superavit de todo eso.

Al salir de Huesca se nos va echando la noche encima. El paisaje vibrante de los campos deja paso a la noche, a ver de paso el trayecto sin los matices del paisaje. A ver luces eléctricas y dejar de lado los polígonos de las ciudades. En seguida bordeamos  Zaragoza, que queda ahí, pasada sin ver más que unos bloques cuadrados indiferenciados, que los mismo pueden estar aquí que en Sanchinarro, lo mismo aquí que en Tres Cantos o en cualquier PAU de Madrid,  sin ningún espíritu propio, sin esa artesanía que me gusta, con las ideas del Opencor, donde la mayoría vestirán de Zara o de Mango, donde la mayoría irremediablemente tendrá la casa amueblada por el Ikea, donde la mayoría hará la compra en el Carrefur. Da igual donde vivas. Solo en los valles y en cada rio, en cada montaña, percibo una  personalidad propia, una forma de ser, como también intento descubrir la tuya. 

Desde Calatayud,  el viaje de vuelta ya se ve fácil. Veo la ciudad desde lejos y se me viene a la mente su casco viejo de casas inclinadas, que van apoyándose como pueden las unas contra las otras. Aquí he excavado alguna obra y conozco lo que son las huellas de la pala, contra un terreno blando  y variable, como de yeso. Es de noche. Se me enciende lo del aceite. Mañana tengo que comprar y reponer. Ignoraba la semana que me esperaba. Ignoraba, el maldito accidente aéreo. Ignoraba, que todo es fácil y muy difícil.  
Aún nos quedan por atravesar  las frías zonas de Alcolea del pinar. Las interminables rectas de Alcolea y  de Torija.  Zonas muy frías de meseta, de inviernos complicados y de frío.  Con los años en casi todos los lugares por los que paso, he tenido trabajos, historias, literatura. Cada paisaje  es un tramo hacia nuestro destino. Cada paisaje es también un tramo ya de mi propia vida. Cada paisaje que atravesamos  con o sin nombres son también nuestras propias edades, nuestros tramos en la vida.  Estar contigo es la continuidad. Pero uno ha de saber, que todo es contínuo. Que todo está interconexionado. Y que la felicidad no se obtiene a base de repetir la misma pista. Que lo hemos hecho sólo, porque no había manera de salir de la niebla.

Dejamos estos carteles en la noche, que ya son solo referencias o palabras  de una meseta de   personalidad áspera y desértica, que también encierra sus tesoros, su belleza y su interés. (lo mismo pienso de todas las edades que atravesamos)  En seguida desde Guadalajara, tomaremos la autopista que nos conduce casi hasta nuestra casa. 


Al llegar has saltado como un resorte del coche y has corrido a contar el viaje a tu madre antes de deshacer el equipaje. Yo aparezco un par de minutos más tarde con parte del equipaje,  y  no olvido la frase que me ha dicho ella al llegar  -Nunca le había visto tan feliz. Tan contento-. Nunca se sabe el secreto de nuestra felicidad, pero me temo que tiene que ver con las cosas que estábamos deseando y que nos llegan. La nieve, reciente, y por sorpresa. La dedicación en exclusiva. Los kilómetros  lejanos de algo que no está a mano. Tampoco  la sonrisa y  la felicidad están siempre a mano . Quizá la felicidad no es solo la nieve. Quizá la felicidad, es una necesidad que todos hemos deseado por unos instantes alguna vez. Ser valioso. Ser único para tus padres.

(1) los versos son fragmento del poemario de la obra de teatro "si tu no hubieras nacido" escrita y dirigida por Carlos Laredo y su compañía La Casa Incierta, especializada en teatro para bebes. 
(2) Mis tíos a los que cito en el relato, son Jose Carlos y Maite, Mi agradecimiento a ellos desde mi niñez y hasta ahora, pues han sido mi referencia familiar de la integración del deporte en la vida.