domingo, 27 de diciembre de 2015

Algunas cosas que me gustan.

Hace unos días, un amigo al que le gusta mucho todo lo relacionado con la ciencia ficción (aficción que por el momento comparto muy poco) me comentaba que un enfermo terminal de cáncer al que le quedaban muy pocos días de vida, había solicitado que le dejaran ver la última entrega de  Star Wars, que aún no había sido estrenada. Por lo visto, le pasaron en privado la película antes del estreno y así pudo satisfacer su deseo y  su gusto antes de decir adiós a este día a día que llamamos vivir. Con el tiempo he aprendido dos cosas: una es encontrar y definir dentro de un ámbito muy amplio que cosas me gustan y cuáles no; la segunda es respetar sin juicio alguno los gustos que no comparto. Estas dos cosas que parecen obvias no lo son tanto.

En los años setenta, el escritor Roland Barthes, escribió un  texto bien conocido con un listado de cosas “me gusta” y otro de cosas “no me gusta”. Una vez finalizadas ambas listas, realiza la siguiente reflexión: esto no tiene la más mínima importancia para nadie; aparentemente, no tiene sentido. Y sin embargo, todo esto quiere decir; mi cuerpo no es igual al suyo. Así, en esta espuma anárquica de los gustos y las repugnancias, suerte de picadillo distraído, se emboza poco a poco la figura de un enigma corporal que compete a la complicidad o a la irritación. Aquí comienza la intimidación del cuerpo, que obliga al otro a soportarme liberalmente, a permanecer silencioso y cortés ante goces o rechazos que no comparte.”

Después de leer este texto, me invade una renovada aceptación del otro, en todas sus vertientes, lo cual no implica abandonar los gustos y criterios propios con los que uno procura desenvolverse en la vida. Tan sólo implica un ejercicio de tolerancia que en general no ha estado demasiado implícito en las educaciones recibidas y que a día de hoy tampoco detecto en muchos entornos políticos o sociales  donde la presión es ejercida desde parámetros muy amplios como la exclusión, la burla, el rechazo, la incomprensión, la violencia etc etc….

La convivencia y la posibilidad de la armonía o de su ausencia comienzan  dentro de uno mismo, encontrando lugares de encuentro entre las diversas facetas propias con las que hemos de convivir (gustos, decisiones, opiniones, pensamientos, que a su vez están en constante interacción con lo exterior a nosotros).  Dentro de todo ese universo de opciones, conocer bien e identificar los propios gustos, le otorgan a uno un campo de conocimiento personal, un mundo que comunicar, y a la vez la identificación de una parte de los ingredientes  con los que dar buen sabor a la propia vida.
 
Entre la lista de “no me gusta” de Barthes veo que aparece Vivaldi. El me gusta o no me gusta, la aceptación o el rechazo por parte del otro en aspectos culturales, es inevitable, porque el mundo está configurado de modo que los gustos sean infinitamente distintos. Para la historia Vivaldi es un músico imprescindible, pero para ti puede no serlo. Aceptar la diversidad del otro es uno de los modos que tenemos de aceptar con naturalidad lo que en nosotros haya de diferente. Aceptar el rechazo del otro te convierte en alguien más fuerte que la posibilidad de dejarte modelar únicamente por el éxito. Comprender bien la diversidad es también un buen ejercicio a realizar, sin que ello melle en modo alguno en lo que a uno le gusta o deje de gustarle.  

¿Qué cosas me gustan? Mis gustos no tiene ninguna trascendencia, sin embargo son los que me permiten disfrutar e interesarme por las cosas, convivir con ellas…a botepronto me gusta Madrid, su dinamismo mezclado con sus cielos. Me gusta la luz de cada sitio, a veces mezclada  con el aire y con el olor del mar en lugares especiales que parecen meterse en su interior, como en Jávea, Viveiro, o el sur de Portugal;  me gusta desenfadarme, reirme y la gente que me hace reir y respirar; me gustan las mesas de trabajo de arquitectura, las maquetas y sus materiales; el orden y también el desorden, igual que me pueden gustar el descanso y el cansancio; me gustan algunas esculturas en entornos naturales, como el peine de los vientos de Chillida, o sus sueños aún no realizados como el de Timanfaya; me gusta Tarifa, las sierras de Cádiz y sus pueblos blancos; Sagres en Portugal y las puestas de sol en sus playas; Oporto y la larga desembocadura del Duero, las furgonetas Volkswagen, el valle de Urdabai en Pais Vasco o los Picos de Europa en Asturias; disfruto con su gente, las sidrerías, y su naturaleza…. el románico palentino, la experiencia del ocre y del amarillo de sus campos de trigo; Monfrague en Cáceres, sus dehesas y sus aves, mezcladas con la paz y el silencio de este sitio; me gusta Los Angeles, la arquitectura de Neutra allí, el mundillo de los Eames, Pacific Palisades, y toda la costa de California, que tiene raíz española; me gustan  las librerías, las bibliotecas, adoro perderme en ellas y encontrarme con algo que me llama la atención; me gusta  la cocina, los utensilios, cierta artesanía en los objetos diarios; Gaudí, especialmente la Sagrada Familia, la trama de Barcelona, la arquitectura de los setenta y la cultura burguesa de esos años;  me gustan las ensaladas inventadas con criterios compositivos, la ecología, los huertos cuando no me dan alergia, la cocina creativa, los polideportivos, los barrios, los institutos, las fábricas, la bicicleta, Madrid río, el vino, la danza, la expresión con el cuerpo, el deporte, la sostenibilidad, el equilibro, la música pero no a todas horas; me gusta el silencio, los sonidos de la naturaleza, el olor de los naranjos, las telas africanas, los nikis, las zapatillas de correr, la fotografía, el jamón, los woks, las recetas marroquís de carne con fruta, los experimentos, las obras, caminar, las sierra de Madrid, la arquitectura neoclásica ,la armonía, Roma, Italia…Me gustan las  locuras de Enric Miralles con la luz de Barcelona, las obras de Coderch especialmente el Edificio Girasol, la escultura de Cristina iglesias, los mercados con fruta, la lectura de textos de Muñoz Molina, Soledad Puértolas, Francisco Ayala…., La psicología de Erich Fromm, Grecia y la cultura clásica, los artículos de escritores en los suplementos dominicales, la filosofía educativa de Marina, la poesía, (Machado, Hernández, el 27…), El cine de Erich Rohmer,-que casi no es cine- del que aprendí un sentido moral en el buen sentido de la palabra… la música acústica y casi material de Antonio Vega , la de Bach, los cines Alphaville y las versiones originales, la espiritualidad, los diccionarios y los mapas, los planos de metro, las mujeres desconocidas en situaciones cotidianas, las papelerías, los dibujos de sketcher urbanos, los monopatines, los skaters, las tablas de surf, correr, las fotos en blanco y negro; … me gusta percibir que he traído un bien a alguien en su vida y viceversa que me ha llegado un bien a través de alguien. Me gusta todo aquello que he necesitado en algún momento de mi vida y que lo he encontrado, sea una lectura determinada, una frase, un encuentro…



sábado, 28 de noviembre de 2015

un alma trabajada por el afan de atrapar la belleza

Paseando recientemente por Segovia, me encontré con una placa cincelada en piedra que decía: “al paisajista Leandro Silva, un alma trabajada por el afán de atrapar la belleza. 2001". Esta economía de palabras me gustó y recordando la síntesis de las formulaciones del logos que expresaba en el anterior texto, pensé en la limitación que supone cincelar textos en piedra y que si la piedra tuviera que elegir entre conceptistas o culteranistas, sin duda se inclinaría por los primeros, teniendo a bien aquello de que lo bueno si breve dos veces bueno. En detrimento de la piedra diré que representa lo inerte, justo lo que no tiene “ánima” que sería el movimiento de los seres vivos y es posible que tampoco le beneficie ese aire de epitafio que en ella toman los textos y que les otorgan una trascendencia a veces exagerada a palabras que son de los más cotidianas. En definitiva, que a Leandro Silva  lo que realmente le hacía disfrutar en esta vida y a lo que dedicó su alma y su talento, era a trabajar, idear, cultivar y crear jardines donde antes no los había. Siempre hay alguien detrás de las cosas, detrás de una fuente, detrás de un jardín y también detrás de un texto, y si en el soporte no han de caber más de diez palabras, no es de extrañar que se recurra a conceptos, palabras concentradas que contienen muchas más y que tomadas de una en una darían  para  una conversación, para una tesis o para un ensayo. ¿Qué es el alma? ¿Qué es el trabajo? ¿Qué es el afán o en su caso el deseo? ¿Qué es la belleza? Con ellas anduve el paseo, sin sospechar que más tarde iban a viajar hasta este texto, y que aquella síntesis iba a tener la capacidad de reavivar  imágenes y  palabras que seguramente ya estaban dentro.
El estudio de las cosas ofrece todas las posibilidades que uno pueda imaginar. Cuantos libros habrá con el título o similar “sobre la belleza” o “tratado del alma”. De un concepto se puede tratar extensamente, pero la velocidad de la vida y de la información ha cambiado tanto que estos tratados en general quedan relegados por otras lecturas. Sin embargo se me ocurre que hay otra manera de tratar los conceptos y es tratarlos por pares, alma-trabajo, afán-belleza etc. Al analizar de este modo, aparecen relaciones, espacios que existen entre las palabras, que tienen su interés ya que nos conducen hasta realidades y evitan perdernos en el desierto de lo que separamos con el intelecto y que aparece mezclado en la vida.
Siempre me ha gustado fijarme en el espacio que queda entre dos palabras, en la relación que puede surgir entre ellas, y la formulación alma trabajada, llevada a sus conceptos, es decir alma y trabajo, me sugiere el  pensar que hay trabajos hechos con necesidad de alma y dirigidos al alma, (una música, un cuadro, la literatura, la danza etc) y hay trabajos en los que el alma en principio no interviene (un corredor de bolsa por ejemplo). Para muchas personas los trabajos del alma, que no producen un beneficio económico, son pérdida de tiempo ya que nuestro entorno es más proclive a lo que deja un beneficio y a las transacciones económicas. Paisajista podría entrar dentro de una de esas profesiones de ámbito humanista que quedan en entredicho dentro del sistema exageradamente economicista al que nos sometemos; se trata de una profesión no muy remunerada, y sin embargo es una profesión que deja su efecto en el bien común y su huella positiva en los usuarios de la ciudad.    
En estos días de paro estructural y de falta de ideas, no estaría de más proporcionar su trabajo a los buenos paisajistas, encargados de hacer de nuestras ciudades lugares para la felicidad humana y de paso borrar la fealdad que dejó el enladrillamiento del suelo hispano en ese fenómeno del egoísmo y del mal gusto que pasado a formulación metafórica quedó con el nombre  de burbuja inmobiliaria. Todo lo contrario tal aberración a lo que me sugiere esta frase relativa a un alma trabajada….Ambas cosas tienen que ver con el trabajo pero si en piedra tuviera que dedicar un nombre a lo aberrante diría algo así como “a un grupo de gente sin alma cuyo afán no fue otro que ganar dinero”, puesta al lado de esos cadáveres inmobiliarios que han quedado como testimonio de una locura colectiva. 
El afán, tiene que ver con el deseo. Y el deseo, tiene que ver con aquello que va a ser capaz de proporcionarnos felicidad. No sé si por casualidad, vi la placa en los mismos lugares donde yo había jugado de niño en los muchos veranos que pasé con mi familia en esta ciudad y que configuraron mis percepciones. Días de juegos en esos jardines que quedan sobre la parte alta de la muralla antigua y que da a la iglesia románica de san Juan de los caballeros, con esa belleza tan peculiar de los ábsides románicos, que son bellos tanto por dentro como por fuera. Esta iglesia, había sido comprada por el ceramista Daniel Zuloaga (hermano del pintor) en la época de la famosa desamortización de Mendizábal y la tenía habilitada como vivienda y taller. Como estaba en obras permanentes, en aquellos años de mis recuerdos infantiles podías acceder al interior, ver sus cerámicas esparcidas por el suelo, los hornos, los esmaltes siempre atractivos del mundo del ceramista. Rodeados de un tramo de la  muralla,  aquellos jardines fueron un lugar mágico para jugar, y para vivir el tránsito de la niñez a la adolescencia. Ahora, al recuerdo de una fuente donde tantas veces me habré apoyado para beber después de montar en bici, se le une una intervención plena de sentido; por donde ahora veo este sencillo jardín, había maleza desordenada que llegaba hasta por detrás de los ábsides de san Juan, donde nos ocultábamos en el escondite, con distinta cabeza que ahora, pero seguramente con el mismo alma.
Años después supe de Leandro Silva gracias a un  lugar que me resulta lleno de armonía clásica, el jardín botánico de Madrid. Enfrente del pabellón de Juan de Villanueva, una rotonda muy bien tratada, con un estanque muy agradable y una palmera justo en el eje de simetría del edificio; en su momento me habían llamado la atención y luego supe que era obra de este mismo paisajista. Sin conocerle personalmente iba sabiendo de sus trabajos y las casualidades me iban conduciendo a toparme con sus obras y a descubrir la belleza de pequeños o grandes detalles, que van configurando tramos de la ciudad y que podemos pensar que están ahí desde siempre. Gracias a estas placas sabemos que no es así, y que están  o no están, en función de que esa alma trabajada, tanto individual como colectiva, se interesen en la tarea o dejen de hacerlo.  
Continuando el paseo, saliendo de la muralla mientras se va  bordeando la ciudad, pude disfrutar del otoño y del entorno y llegar hasta un pequeño conjunto de casas que quedan al lado del río bajo la mole del alcázar. Al lado de estas casas, queda el que fue su propio jardín, conocido con el nombre de El Romeral de San Marcos, espléndido mirador de todo el alcázar y de los perfiles de las torres de Segovia. Allí recordé una parte de mis paisajes infantiles, mezclados en el tiempo que iba enlazando y completando las cosas; me daba cuenta, de que una parte  mía es de Madrid, de sus calles y de su ritmo colectivo. Otra pertenece al mar, a su aire y a sus azules, pero siempre late en mí una que pertenece al silencio de los caminos mágicos de Castilla, a los domingos de otoño o a los cielos del verano sobre sus campos.Todo el camino que va desde la plazuela de San Juan de los Caballeros hasta aquí, con la muralla a un lado y  el silencio al otro, me parecía ahora creado para defenderse del enemigo y a la vez para hacer de palco donde escuchar el concierto de color del otoño; y con esa armonía, recibir ese regalo que es llegar al puente que cruza el Eresma, ver desde abajo el alcázar y la diversidad de los colores de los árboles, en la ciudad Patrimonio de la Humanidad, con el silencio patrimonio del alma humana, inmerso en el color  patrimonio de la naturaleza y de nuestros ojos. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

Yo y mi circunstancia

"Hay un instante que todo el pasado se puede perder o ganar para siempre; y aquí el protagonista, a través de las imágenes de una película antigua que ha de estudiar, rescata una parte del pasado y lo salva para hacer más habitable el presente”. Miguel Angel Hernández, finalista premio Herralde de novela, con “El instante de peligro”. 

Estoy contento de una ocurrencia: la de haber introducido en el anterior texto una lista de cosas; concretamente una lista mezclada de acontecimientos y de referentes de un intervalo de tiempo colectivo. Como quien hace una lista de la compra y mezcla cosas dispares; comprar galletas y unas bombillas, queso y detergente, o pollo y  bolígrafo. Las cosas dispares, a veces quedan unidas en listas, del mismo modo que el azar puede dejar unidas en las listas de un curso a personas que a lo mejor son de mentalidades opuestas, o en los buzones de un portal vecinos que la casualidad ha puesto al lado y  en cambio una distancia de años luz entre sus modos de ver el mundo.  En este texto de hoy me voy a detener en una de esas cosas que aparecían al comienzo de la lista y espero que otras me valgan para iluminar este viaje por el tiempo con el que he decidido acompañar tanto mis observaciones como mis aprendizajes. Un año antes del  año de referencia, del límite temporal que yo mismo me he puesto (1915) Ortega había publicado su primer libro,- Meditaciones del Quijote-, y dentro de este texto tecleando en el PDF la palabra circunstancia, aparece inmediatamente la frase que citaba y que ahora textualmente encuentro; “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”

Hay que leer la cita completa, porque el alcance de su significado varía de tomarla a medias como habitualmente se cita y se conoce, “yo soy yo y mi circunstancia”, a pensarla incluyendo el último aserto “si no la salvo a ella no me salvo yo”. Digamos que la primera es más publicitaria y sencilla y la segunda más compleja y profunda. Las dos son interesantes, pero el corte es muy significativo, porque  en una se queda en lo que podríamos hablar la dimensión del yo personal, en la otra entramos en su dimensión colectiva.

Una sola frase puede contener muchas horas de pensamiento, puede concentrar mucha intelección, y esta de Ortega desde luego la encierra; (el lenguaje, puede concentrarse o expandirse). Este tipo de frases, estos “concentrados de pensamiento” deberían de tener un nombre que los identificara. Como desconozco (seguramente por ignorancia) si lo tienen o no  yo me referiré a ellas con un nombre que puede dar cierto pego filosófico y las denominaré  “formulaciones del logos”.  (Incluyen conceptos, -el yo, el ser y la circunstancia son conceptos-, incluyen conexiones entre conceptos, -la conjunción y-  e incluyen opcionalmente metáforas, -salvarse es una metáfora-)  

Estas formulaciones del logos, tienen la virtud de poderse desarrollar. Además son abiertas a la interpretación que va más allá de la que surgió de la mente del propio autor. A mí me ha llamado la atención esta formulación que apela a tomar responsabilidad de la circunstancia, de la realidad que nos rodea, a no ver la realidad como el campo de lo que nos ocurre, si no al revés, a verla como el campo en donde podemos intervenir de un modo responsable. Como todas las formulaciones puede tener su antítesis, pero yo me quedo con un dato, con una llamada de atención a trabajar en lo colectivo, no desligado del yo personal, al que se le ha dedicado mucho espacio y pensamiento en los últimos años, en general sin tener demasiado en cuenta su imbricación responsable en  la dimensión colectiva del yo.

En el listado de cosas sueltas y mezcladas de un periodo de tiempo (la lista podría ser diferente e igualmente válida) uno puede detenerse en un hecho concreto, por ejemplo en la Guerra Civil y conocer a fondo este episodio, ser experto en el tema; sin  embargo, hay otra manera de transitar por el tiempo, que no deja de ser un espacio abierto. (por ejemplo guerra civil 1936 y la transición política 1976) . Visto así, el hecho se prolonga, el instante mantiene lo decisivo del instante pero no su carácter cerrado.

Aplicándolo al ejercicio del pensamiento y a su transitar en el tiempo, en 1914 Ortega formula  “Yo soy yo y mi circunstancia”, dentro de su primer libro; luego llegarán más libros y el desarrollo de su pensamiento filosófico; posteriormente llegará de su mano la fundación de la “Revista de Occidente” que tanta influencia tuvo en la cultura española. Y mucho después en 1976, (ya fallecido Ortega) tiene lugar la fundación del diario “El País”, a iniciativa de  su hijo José Ortega Spottorno y que recoje además de una tradición familiar una determinada manera de ver y analizar el mundo. Al ver con un cierto zoom el tiempo, en él aparecen las relaciones que lo tejen, y uno puede percibir que el tiempo es el lugar donde cobran realidad  nuestras ideas y nuestros sueños. Las cosas no son aquí y ahora como nos quiere hacer pensar la cultura del consumo, ni tampoco intrascendentes e inmorales, como pretende la cultura del instante.

El tiempo es aquello que va dejando atrás las cosas, pero a la vez  es el intervalo entre sueño y realidad, entre semilla y fruto, entre sembrar y recoger; el tiempo es el intervalo necesario entre causa y efecto. Es el intervalo entre origen y destino. El tiempo, hermano gemelo del espacio, es un misterio necesario. Visto así, el tiempo no es sólo pasado y presente, sino el escenario de la vida humana. El tiempo, no es ni mucho ni poco. Otra cosa es la medida humana del tiempo del mismo modo que el espacio nos parece mucho o poco según la medida de nuestros pasos.  Igual que recorro los barrios de una ciudad para conocerla, igual que me relaciono con las gentes para vivir, recorro el tiempo con la única intención de conocer el pensamiento humano, su supervivencia, y hacerme consciente de que el tiempo es intervalo. Quizá se trata del mismo misterio que encierra el tiempo que transcurre entre sístole y diástole. Entre una nota musical y la siguiente. El tiempo, es esencia de la vida. Y el tiempo colectivo, ese al que la frase de Ortega me ha conducido, es el que me reconduce de un modo más sabio y completo a participar en los diversos ámbitos que van más allá de mi propio yo.     

domingo, 18 de octubre de 2015

Madera, tiempo, ciudad.



















"vivo sin ningún tipo de estrés y en un sitio precioso en medio de las montañas. Creo que la salud mental necesita una relación más directa con los árboles y los animales. Es mejor sentarse bajo un árbol una hora al día que tomarse la medicación que te ha recetado el psiquiatra" Francis Ford Coppola (director de cine)  

Han venido  los del instituto tecnológico para hacer el informe. Lo necesitamos como quien necesita un análisis de sangre. Cosas que hay por dentro de los edificios, que tienen que ver con esa fórmula semántica tan extraña y tan moral denominada “vicios ocultos” y que yo prefiero directamente llamar patologías escondidas, más que nada por hacerme menos policial y más de médico la tarea de ir encontrando que le ocurre a la madera que aún forma parte de la trama resistente de este edificio. Hoy algo más de cien años después, el laboratorio nos va a indicar si son servibles los maderos, o al menos cuales podemos aprovechar y cuáles no. Puede que en sus interiores se alberguen cuevas y galerías para organismos muchos más pequeños que nosotros; colonias de insectos, larvas, termitas, hongos de pudrición... La madera es a la vez casa y alimento para estos organismos, como si alguien se comiera las paredes o las puertas. Todo se habita por todos los lados. Las palomas por los desvanes, las termitas por las vigas y los pilares, las  telarañas por los sótanos; todo está lleno de materia viva en el edificio vacío. Abrimos un trozo de entrevigado y  hay restos de madera casi deshechos que podrías llevártelos con las manos. A los inversores les ha entrado miedo y están deseando salir, acabar pronto con la visita como si el suelo que pisamos se fuera a resquebrajar de un  momento a otro.  El edificio, revela inclinaciones, desmoronamientos, grietas, etc. pero el interior, no se ve. Tampoco los cimientos. Comprobar todo lo interno y su estructura es complejo. Los lavados de cara ocultan el verdadero estado de la trama realmente resistente. ¿Cuál es nuestra estructura? ¿Cuál es nuestra cimentación? La de nuestra persona y la de nuestros colectivos. En la radiografía de los últimos  años de nuestro país han quedado a la vista colapsos, desconchones y más desvalijamientos de los deseables. También aquí en esta obra ha habido partidarios de tirar el edificio. Otros de repararlo. Por suerte aún tengo estos deslizamientos entre realidades relativas a construcciones humanas. Pero lo realmente decisivo son los datos. No hay nada más real que ir con tus análisis científicos a la reunión, con tu informe respetable. -Señores estos son los datos-. Entonces todos te miran como miramos al doctor, con desconocimiento concreto. 

Conocer la madera a fondo implica comprender un poco mejor su comportamiento. El tratamiento más extendido en estos casos es la eliminación de las colonias mediante cebos. Dado que son muy sociales reparten el alimento. Supongo que el alimento será lo suficientemente atractivo y lo suficientemente venenoso como para desalojarlas. Esto del veneno me hace pensar si alguien en este edificio murió envenenado. Lo ignoro pero no me sorprendería. Los restos de los papeles pintados de las estancias, quizá originales desde hace muchos años, revelan ya un gusto antiguo cercano a la época del romanticismo; ahora quedan como escasos testigos de una finca completamente vacía  y en la que no queda prácticamente nada a excepción de un calendario con una imagen religiosa de los últimos años en que fue domésticamente habitado esto; un listado de medicamentos y de horas a tomar clavado  con una chincheta en la zona en la que  debió de estar el cabecero de una cama queda como testigo mudo de las diversas patologías de alguno de los últimos habitantes de la finca. Algunas puertas hacía muchos años que no se abrían y aún mantienen casi intacto el olor de la pescadería que ocupaba buena parte de la planta baja,  o el aroma de la mercería que se alojaba en otro de los locales. Me asomo al patio pequeño del local y de la tierra sobresale manchada de barro una pierna humana de mujer que me asusta por unos instantes hasta que me doy cuenta que es de plástico, seguramente de un antiguo expositor de medias. Pero no me dejan detenerme ahora en estos detalles tan literarios que ahí dejo pendientes como libros de una estantería en los que uno desearía pararse y al menos hojear. De momento se trata de acabar con la colonia de termitas y si no saneamos esto, la madera será del todo inservible.

Una vez acabados todos los trabajos de rehabilitación que bien podrían durar el plazo de un año, (al igual que este cuaderno) me conducirán al final de algo y al inicio de otra cosa. Pero ahora, esos troncos me remiten a su origen, al año en que fueron a parar a esta construcción. Esa fecha, que no es tan lejana, ni tan cercana (depende con que se compare) me da una referencia en el tiempo, en mi tiempo personal y en el comunitario y me traslada a un año concreto que no sé si es ya de otro tiempo o del mismo que este. El año 1915. Hace cien. Por hacerme una idea, en aquel año, mi abuelo materno, tenía aproximadamente 11 años y toda su vida y la historia de esos años  por delante. Muchos años después cuando yo tenía más o menos esa edad, le recuerdo en el campo ya mayor delante de un tronco cortado explicándome esa lección que muchos hemos oído, que cada anillo de la corteza de madera es un año en la vida de ese árbol. La madera contiene el tiempo, y nosotros vamos inmersos en el en nuestros viajes.  Esos troncos, que lo mismo viajaron aguas abajo por el Tajo como en la novela de José Luis Sampedro “ El río que nos lleva”  me han trasladado a la niñez como lugar. Es lo bueno de este cuaderno. Abro el portón del zaguán que da a un patio amplio, luminoso  y señorial. Observo la altura de los pisos, los sillares de granito donde se apoya todo. Aquella madera, aquellos años, los tengo mano y son un infinito, una selva, en la que me haré las preguntas de un niño; viajo en el tiempo con cada anillo. También Madrid –la ciudad que me lleva- ha crecido así. 


lunes, 12 de octubre de 2015

Fragmentos



“Impulsados por el amor, los fragmentos del mundo se buscan mutuamente, de manera que el mundo puede llegar a ser”  Teilhard de Chardin.


“Mientras estemos vivos”, es una frase suficientemente abierta, en realidad es un trozo de frase, un fragmento, que habría que completar. Por ejemplo, “nunca se está fuera de juego mientras estemos vivos.”  Me atrae esta idea de trozo de frase, que al poderse completar de muchas maneras abre el campo a la imaginación. Del mismo modo, pretendo que los escritos de este cuaderno sean un fragmento de la realidad cotidiana, un fragmento de un orden mayor, un  año, un curso, acontecimientos personales, sociales, globales, etc que abran campo a nuevas posibilidades de preguntarse y de comprender. Si hacemos un zoom más grande ya no sería una frase sino un trozo de conversación….por ejemplo:

   No pienses que te estoy seduciendo, yo ya estoy fuera de juego –dijo él-
   nunca se está fuera de juego mientras estemos vivos  –dijo ella-. *

La mente completa los mensajes a su manera. Los completa o los reduce según el ángulo de visión, creando la ilusión de un todo, o bien la posibilidad contraria, la capacidad que se nos ofrece de detenernos en la magia de un instante o de un fragmento. Hoy, 2015 es un año, pero es un año que pertenece a un contexto de más años, que es contiguo en el tiempo a efectos de sucesión numérica pero no a efectos de que es lo que aflora o deja de aflorar en este año. Ese zoom, conviene hacerlo de vez en cuando para entender, para procesar la información de otra manera; un zoom que puede ser de nuestro yo personal, de nuestra circunstancia, o de ambas cosas a la vez. La idea de los fragmentos de información me interesa porque muchos mensajes que percibimos son un fragmento de algo. Algunos títulos de novelas, basan su atracción en ser fragmentos de una entidad mayor, de una cita, de un poema etc. Citaré tan solo algunos ejemplos  “Negra espalda del tiempo” (obra de Javier Marias toma su título de una adaptación de una cita de Shakespeare, que sería objeto en si misma de estudio aparte)  “Como la sombra que se va” novela reciente de Antonio Muñoz Molina, toma el título de  un fragmento de un Salmo; otros títulos  aparentan ser fragmentos de conversaciones como el relato “Nunca llegarás a nada”, de Juan Benet o bien frases que contienen a la vez la posibilidad de ser un fragmento de un párrafo, y una interpretación del mundo, como “Tiempo de silencio”, de Luis Marín Santos o “Cien años de soledad” de García Márquez. Todos los que he elegido hacen una referencia -que supongo que no es casual- al tiempo, al paso del tiempo, al pasado y al futuro y no estaría de más que alguna de estas referencias volvieran aparecer por aquí a lo largo de este cuaderno en el que  he querido que el tiempo tuviera un protagonismo especial. 
  
También las  redes están llenas de frases desligadas de contextos, de citas o de tweet cortos que solo dan un fragmento de una información mayor, pero que en ese fragmento cobran una fuerza como la que pueda cobrar una única fotografía que en muchas ocasiones (dependiendo de la intención y del azar) puede llegar a acariciar un valor simbólico.

Percibimos un  fragmento de luna, pero tenemos una idea completa de la luna. Puede que nos ocurra igual con nosotros mismos y con nuestros contextos, circunstancias o como deseamos llamarle a aquello que nosotros configuramos y que a la vez nos configura a nosotros.  Un fragmento de nosotros mismos que a la vez somos fragmentos de algo. De una cadena genética en el tiempo, de una relación afectivo-sexual (o solo una de las dos cosas), de un colectivo, de una sociedad, una ciudad, un país.  Fragmentos de frases, que en ocasiones encajan, se completan, y que en otras chocan y se desintegran, como si las frases se hubieran caído al suelo y se hubieran roto, dejando palabras inconexas y sin sentido, que hubiera luego que recomponer. El propio título que utilizo de este cuaderno, viene a reconocer, una realidad. La propia vida se rompe, se deteriora.


Vivir en muchas ocasiones conlleva la tarea de rehabilitar, de recomponer, de regenerar, de actualizar, de re-escribir. De modo que a la vez que ese “mientras estemos vivos” lleva implícito un reconocimiento del deterioro, a su vez lleva implícito un ámbito de significado que ofrece la oportunidad de participar activamente en nuestra vida y en nuestro tiempo, adquiriendo la conciencia de que se nos está ofreciendo la oportunidad para hacerlo.


*nota: la cita es una adaptación de un fragmento de la novela "La senda del drago" de Jose Luis Sampedro.
imagen: fragmento de vasija perteneciente al yacimiento arqueológico de Millares (Almería). 

sábado, 10 de octubre de 2015

Mientras estemos vivos


Es una nueva sección que ahora abro dentro del blog -con vocación de cuaderno de apuntes- en el que a base de palabras, conceptos, frases, conversaciones inacabadas, presentimientos, notas sueltas, etc queden registradas sin orden predeterminado, pequeñas entradas de un tiempo concreto de mi vida y de la circunstancia de la que formo parte. En concreto del tiempo que va del año  2015 al 2016 y por concretarlo aún más de un otoño a otro a otro. Lo hago así por varias razones. Una porque llevaba tiempo quejándome de falta de tiempo para escribir, y ahora esta idea me permitirá escribir entradas más cortas y libres, y acompañar con algo de escritura este curso, de modo que así doy por finalizada una queja, pues si algo detesto es la queja que no pone remedio a sus propios males. Por otra parte, hay una  idea en la que me interesa indagar, dejar reflejados algunos apuntes (fotografiar instantes) para que una vez puestos en la pantalla y con esa contigüidad que da el tiempo y las cosas que se ponen al lado de otras, interesarme por la posible interacción de lo que no esperaba, comunicar lo que viaja dentro de uno, crear lo que antes no estaba, o bien dejar ahí puestas intuiciones, preguntas, etc que se sospechan pero que uno no se ha puesto a comprobarlas o a formularlas.

Esa superposición de temas fragmentados, quiero que sea un reflejo de la configuración de nuestra propia vida en la era de la velocidad y de la globalidad de la información, de la que somos beneficiarios y a la vez víctimas. Una información que viaja muy rápidamente mientras las cosas cambian, mientras nosotros también cambiamos. En general, tengo la impresión de que el tiempo de nuestras vidas se ha acelerado, con respecto al de generaciones pasadas. Se hacen muchas más cosas en menos tiempo. Parece que el tiempo nos arrastra como la corriente de un río hacia una prisa que no sabemos bien a dónde se dirige. La posibilidad de sosegar el tiempo que te ofrecen tanto la lectura como la escritura, es una de las razones que más me impulsan a buscar nuevas ideas y nuevos espacios para seguir escribiendo. Y así, procurando hacer de la necesidad virtud, de aquello que sinceramente echo de menos, ese tiempo que aprecio y que seguramente añoro, le he querido hacer protagonista o al menos hilo conductor de este cuaderno. El propio título, -mientras estemos vivos- es un homenaje a nuestra convivencia con ese presunto desconocido que es el tiempo. 

Espero que el tiempo me sirva como trama, como un espacio vivo, aunque  el tiempo haya pasado o aún no haya llegado. Tengo la intuición de que el tiempo no muere, y que lo que uno hace es simplemente detenerse en él para que una vez detenido y con las herramientas de que dispongo, la palabra, la razón y el sentimiento, poder poner por escrito, las percepciones sucesivas de un año de mi propia vida y del tiempo en el que se inscribe. 

Pequeños instantes, preguntas puntuales, observaciones que pasan por la mente, fragmentos de un tiempo mucho mayor, con la única intención de constatar que el universo que somos cada uno y todos, continúa vivo.



domingo, 19 de abril de 2015

Viaje de vuelta

Hace apenas unos minutos estábamos tú y yo por encima de la nubes, viéndolas desde arriba,  procurando escaparnos de la niebla.  A ti no te daba demasiado miedo, pero a mi confieso que mucho. Solo la idea de perderte, de que te alejaras más de unos metros, o de que te cayeras y que yo siguiera sin oírte, me hacían desechar cualquier aventura. Decidí hacer del día algo monótono; repetir una y otra vez  la misma pista o algunas ya conocidas, intentando que el aburrimiento de lo repetido no nos deshiciera el disfrute del día.  Al fin y al cabo todo era nuevo. Había empezado a nevar y la nieve que pisábamos  la estrenábamos a medida que iban pasando los minutos, con esa paz que entra cuando nieva con calma, casi sin peso y sin  prisa. Tú y yo por ahí arriba, cada uno venciendo sus cosas. En la última bajada hemos llegado con los esquis puestos casi hasta el apartamento, cruzando el arroyo cuyo sonido tanto me gusta, un sonido de arroyo que reproduce la alegría de lo que empieza, el ánimo alegre de lo que sería la infancia del río,  chocando  el agua contra las piedras grandes, el agua derretida que cae sin esfuerzo, por su propio peso hacia su origen.

Cada uno habíamos llegado hasta aquí  venciendo  nuestras cosas. Yo un cansancio arrastrado por la falta de tiempo y un exceso de  horas de ordenador comprimiéndome  los hombros y la vista. Tú  vencías una necesidad que quizá todos hemos sentido alguna vez: el que tu padre te haga caso en exclusiva, sin la presencia de tus hermanos mayores, por unos días. (También podrías haber tenido la necesidad opuesta, el de integrarte solo con ellos y descansar de tu padre)  La fotografías en las que estamos todos juntos ignoran muchas veces las verdaderas necesidades de cada uno  y en general ocultan la solución (o el problema) de  las ecuaciones familiares;  la foto y la sonrisa de grupo es el lugar donde se diluyen las diferentes combinaciones de los elementos tomados de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres… el lugar donde se pierde lo meramente numérico  y se entra en la complejidad universal de las relaciones con nombres, padre-hijo, hermano mayor –hermano menor, hermano-hermana, hija-madre, etc etc.

Ha sido casualidad el que viniéramos solos, el que tú y yo nos aislemos y nos abstraigamos de todo, tu aún en la niñez, y yo en una edad que cubre un tramo tan grande de la vida que la hace equivalente a no tener nombre.  Tu y yo contra un fondo blanco, sin nada más, sin notas escolares, sin obligaciones laborarles en la cabeza, sin nada más que la nieve, nuestro peso y nuestro cuerpo para bajar estas pendientes, casi sin distracciones; tu haciéndote algo más adulto, -autónomo- y yo haciéndome  algo más niño dejando que la adrenalina vuelva a circular a sus anchas mientras revivo  la velocidad y la aceleración en mi  propio cuerpo. 

Ignoro que puedo ser tu espejo, tu contrapeso, tu simetría, la referencia en la que mirarte mientras estamos juntos, y sin embargo no debería de olvidarlo. Sé que ahora vas a fijarte en cada detalle, ya que eres así por naturaleza, esta vez recorriendo en sentido contrario el viaje que hemos hecho hace unos días. Ya hemos cerrado el apartamento,  cerrado las llaves del agua, bajado las persianas, y he comprobado que no quedaba ninguna luz encendida. Y  ya estamos de nuevo en el coche  (como cuando vinimos) pero ahora descendiendo el valle, con la misma naturalidad que el río que lo atraviesa, sin prisa, sin la ansiedad de los viajes de ida, pues ya lo hemos dado todo. He sentido el placer de que te agotaras, de que te quedaras dormido y reventado después de un  día intenso pero ahora sé que no te durará mucho el sueño. Tienes una naturaleza en la que hace falta mucho frío, y muchas horas de ejercicio para que te agotes. (A veces pienso que el propio movimiento te va recargando de energía como las dinamos de las bicis de cuando yo era pequeño). Ya te sientas en el asiento de delante y manejas el móvil mejor que yo. Me propones con rapidez las rutas, la precisión de cuanto acortamos por cada una;  lo miras con una habilidad con los caminos que me asombra. Has nacido con toda esta tecnología y sin que tengas aún móvil sabes más del móvil que yo. También te gusta sorprenderme con información que sabes que puede interesarme, como que sonreir alarga la vida; por lo visto lo has mirado en internet. No sé si alarga, pero a mí me cura tu risa y de cuando en cuando la nieve.

Vamos dejando a los lados el amable verdor del valle, el surco suave y joven del río que lo cruza con el agua derretida bajando. Tengo la agradable sensación de estar en la naturaleza,  de estar muy cerca de ella, y de habernos acercado lo máximo posible  estos días y esta mañana,  casi inmersos en su interior como en verano cuando estamos dentro del agua, o como en otoño cuando nos adentramos en un bosque. Hemos sentido de cerca los copos en los árboles,  la nieve ligera y las huellas recientes sobre la pista casi intacta. Ya es tarde para esquiar. La nieve de primavera a mediodía si se libra de estar empapada es como la sal  por eso ha sido tanto regalo que ayer nevara, ha sido como un regalo y una sorpresa.  

El calendario nos marca ya el comienzo de la primavera, pero el invierno se ha prolongado. He celebrado mi cumpleaños  allí contigo solos, pero no aislados. A ratos miraba yo el wathsap o el facebook y me llegaban mensajes de muchísimos sitios.  De  personas con las que había hecho amistad hacía ya muchos años. Otras muy recientes. Y me sorprendía cada felicitación,  y en la memoria me venían en un instante los años vividos, las experiencias compartidas y era como si estuvieran al lado aunque hubieran pasado los años que hubieran pasado; he sentido el cariño cerca aun estando lejos.  He viajado, me he desplazado, no solo de un lado a otro sino  también por el tiempo, ese que a veces parece que no existe en el interior de la mente. Ahora  Madrid en cambio, nos queda lejos y tenemos viaje por delante.

La sensación que tengo al conducir justo después de esquiar es la de seguir bajando una montaña  que no acaba nunca, como si fuera la prolongación del placer  de esquiar seguido muchos kilómetros, de bajar casi sin esfuerzo, por tu propio peso, como una gota de agua del río en un viaje placentero hacia el mar.  Siento esa  inercia en la mente, pero estoy conduciendo. A veces me adelanta algún loco, con prisa. A veces, me toca un camión y tengo que adelantar yo. Son las carreteras de montaña. Vemos la presa, con su curvatura precisa y sólida haciendo de arco que sostiene el peso del agua. El agua que ha atravesado ya varios valles, y que espera aquí detenida. El paisaje nos acompaña y te llaman la atención unos trozos de montaña que faltan, trozos bastante grandes y  me preguntas la razón de esas ausencias y yo no sé por qué. Alguna cantera, digo sin demasiada  convicción. Nos metemos ya en otro valle diferente, por una ruta que me has confirmado en el navegador del móvil.  Entonces me dices que pare, que en este pueblo está la casa que me gustó en el viaje de ida. Paramos a hacer unas fotos. Ya me conoces;  también te atraen como a mí las casas diferentes y modernas. También juegas con ellas en el minecraft. Puede que nos parezcamos más de lo que nos pensamos. 

Cuando tenía tu edad (quizá un par de años más) hice este mismo viaje, yo sólo con la familia de mis primos. Aquellos tíos míos (además de mi abuelo)  eran mi conexión familiar más cercana con el mundo del deporte y la vida al aire libre, y en ellos la nieve no era una aficción más, sino una pasión.  Diría que era la felicidad que está reservada a aquellos que saben (y buscan el cómo) disfrutarla  palmo a palmo, año a año, con la ilusión intacta. Es el mismo viaje, pero ha pasado mucho tiempo. Los remontes son nuevos, el túnel que te mete en el valle ya no filtra el agua de la montaña, los pueblos han crecido, la tecnología ha cambiado. Los equipos de música, los teléfonos, nada tiene que ver.
Mientras estabas ayer dormido en el apartamento estuve un buen rato hablando con Carlos, uno de mis primos en el que  el paso del  tiempo (el que ha pasado por mí , no por él) ha desvelado que había guardadas muchas cosas para compartir. Entre sus principales trabajos y proyectos está el teatro para bebes. Me escribe para felicitarme desde Brasilia,  donde vive y trabaja. Y me envía  por el correo uno poemario de una obra de teatro que ha escrito él, de la que transcribo los últimos versos.  
  
“Madres tejidas por sus bebes
y los bebes tejidos por los hilos de sus abuelos
hilos mágicos del tiempo
y de los otros rincones del tiempo.
Del tiempo tejido por ti
Del tiempo tejido por ti
    Del tiempo tejido por ti. “

Lo leí con interés, disfrutando cada simetría, cada eco, cada reflejo en los versos y en las palabras. Aunque el invierno se hubiera prolongado  desde el apartamento fui consciente de que los pájaros comenzaban sus coros y sus cantos. Algunas de las frases que había leído ayer quedan en mi mente como los pájaros en las ramas de un árbol, quietos  hasta que se deciden a seguir volando. Entonces me sorprenden de nuevo (por segunda vez) y me quedo pensando en la simetría de las frases. Me quedo asimilando en que mientras te alimento, me alimento a mí. Ese tejido interconexionado de todo enseguida me gusta. También la nieve del invierno está conectada con el agua del mar que nos baña en verano. También el agua del mar que se evapora en verano está interconectada con la nieve que ha caído, nueva, reciente, sin prisa, cuando le ha parecido bien.

El valle que atravesamos ahora es muy despoblado. Y muy bello. Lo atraviesa otro río. Y tiene un espíritu diferente al de Arán. Cada valle, cada río tienen una forma de ser. Los hijos también. Siempre hay elementos de familia parecidos, pero hay algo específico. Algo que es importante que detectemos, para conocer la felicidad que cada uno tenemos reservada. El agua sigue bajando hacia sus destinos y pienso en lo bien que está pensado el planeta. Ese agradecimiento al planeta, me alimenta también con la misma simetría que ordena las cosas. Vamos dejando atrás el valle de Bonansa con sus pueblos y su paisaje fértil y nos vamos metiendo en zonas algo más ásperas,  con una personalidad más aragonesa, más térrea,  para llegar poco a poco a Huesca. Te he pedido que me teclearas en el móvil la dirección de una pastelería de Huesca. Mañana, lunes quiero llevar algo al trabajo para celebrar el cumpleaños con mis compañeros. 

Te fastidia un poco que paremos en Huesca pero necesito encontrar esos dulces. Mañana lunes lo tendré difícil antes del trabajo para comprarlos. El navegador no tiene en cuenta que el centro está cortado por obras. Dejamos el coche donde podemos y vamos andando.  Hay un invierno retrasado a la vez que una primavera en el aire. Un cierto desorden, un deshielo del que nosotros también formamos parte. Nos han ido mandando de un lugar a otro. Es absurdo,  podría  haberlo resuelto en el Opencor, pero me puede mi maldita manía por lo auténtico, lo artesano, lo realizado con amor al oficio.  La que buscaba estaba cerrada y nos han mandado a otra. Las personas a las que  preguntamos nos atienden  con una amabilidad lenta y sin prisa.  A mí me gusta esa lentitud y a ti Huesca te resulta pequeña. Una vez allí nos hemos comprado cada uno un bollo, cediendo a una cierta ansiedad de dulce que habitualmente no nos permitimos.  De repente se ha puesto a llover, mientras caminábamos ya hacia el coche. Nos ponemos a correr instintivamente  y he visto en tus ojos una cara de felicidad inesperada al comprobar tú que me ibas ganando metros en la carrera.

Me doy cuenta de  que educo, (o dejo de hacerlo) con patrones muy similares a la educación que he recibido. Como padre puede que reproduzca muchas cosas parecidas a las que yo viví y sin embargo me gustaría quitar alguna de ellas (no siempre es fácil) Supongo que es la dificultad que todos tenemos de romper las inercias. Por otra parte tampoco creo en la perfección de nada, solo en ir incorporando si puedo alguna mejora a lo vivido. Ha sido una suerte subir juntos en la silla del remonte, un poco a la intemperie, contigo equilibrando la diferencia de pesos desplazándote unos palmos de mi; entonces, sintiendo esa distancia y ese equilibrio me digo: Yo creo en ti. (no cuando es evidente sino cuando no lo es)  Creo en tu felicidad.  Ser padre y ser hijo supone conocerse mutuamente, conocer el camino de la felicidad del otro. En este preciso instante has rebajado  mucho la conducta disruptiva. A veces puedes ser mi espejo, mi simetría, pero eres tú mismo.  Tienes la felicidad del movimiento. Quizá la angustia de estar quieto. De dormirte, de pensar que todo se acaba. Pero estás reventado. Duermes. Y mientras duermes, tu universo se forma. Y también el mío. Me alimentas. Me haces padre mientras quieres  apurar cada segundo de ser niño y de ser hijo.

Tú también me formas. Eres cariñoso y físicamente cercano desde que naciste. Puede que entre los padres y los educadores te hayamos ido conformando para  crear los mecanismos necesarios para relacionarte pero me he dado cuenta de que tú también me conformas a mi. Eres tú, con tu vida, el que me convierte en padre. Dan igual algunas imperfecciones. Lo importante son los balances y que en ninguna de las dos partes haya déficit de cariño, de atención, de educación, del orden necesario para vivir, de comunicación. El que los dos tengamos superavit de todo eso.

Al salir de Huesca se nos va echando la noche encima. El paisaje vibrante de los campos deja paso a la noche, a ver de paso el trayecto sin los matices del paisaje. A ver luces eléctricas y dejar de lado los polígonos de las ciudades. En seguida bordeamos  Zaragoza, que queda ahí, pasada sin ver más que unos bloques cuadrados indiferenciados, que los mismo pueden estar aquí que en Sanchinarro, lo mismo aquí que en Tres Cantos o en cualquier PAU de Madrid,  sin ningún espíritu propio, sin esa artesanía que me gusta, con las ideas del Opencor, donde la mayoría vestirán de Zara o de Mango, donde la mayoría irremediablemente tendrá la casa amueblada por el Ikea, donde la mayoría hará la compra en el Carrefur. Da igual donde vivas. Solo en los valles y en cada rio, en cada montaña, percibo una  personalidad propia, una forma de ser, como también intento descubrir la tuya. 

Desde Calatayud,  el viaje de vuelta ya se ve fácil. Veo la ciudad desde lejos y se me viene a la mente su casco viejo de casas inclinadas, que van apoyándose como pueden las unas contra las otras. Aquí he excavado alguna obra y conozco lo que son las huellas de la pala, contra un terreno blando  y variable, como de yeso. Es de noche. Se me enciende lo del aceite. Mañana tengo que comprar y reponer. Ignoraba la semana que me esperaba. Ignoraba, el maldito accidente aéreo. Ignoraba, que todo es fácil y muy difícil.  
Aún nos quedan por atravesar  las frías zonas de Alcolea del pinar. Las interminables rectas de Alcolea y  de Torija.  Zonas muy frías de meseta, de inviernos complicados y de frío.  Con los años en casi todos los lugares por los que paso, he tenido trabajos, historias, literatura. Cada paisaje  es un tramo hacia nuestro destino. Cada paisaje es también un tramo ya de mi propia vida. Cada paisaje que atravesamos  con o sin nombres son también nuestras propias edades, nuestros tramos en la vida.  Estar contigo es la continuidad. Pero uno ha de saber, que todo es contínuo. Que todo está interconexionado. Y que la felicidad no se obtiene a base de repetir la misma pista. Que lo hemos hecho sólo, porque no había manera de salir de la niebla.

Dejamos estos carteles en la noche, que ya son solo referencias o palabras  de una meseta de   personalidad áspera y desértica, que también encierra sus tesoros, su belleza y su interés. (lo mismo pienso de todas las edades que atravesamos)  En seguida desde Guadalajara, tomaremos la autopista que nos conduce casi hasta nuestra casa. 


Al llegar has saltado como un resorte del coche y has corrido a contar el viaje a tu madre antes de deshacer el equipaje. Yo aparezco un par de minutos más tarde con parte del equipaje,  y  no olvido la frase que me ha dicho ella al llegar  -Nunca le había visto tan feliz. Tan contento-. Nunca se sabe el secreto de nuestra felicidad, pero me temo que tiene que ver con las cosas que estábamos deseando y que nos llegan. La nieve, reciente, y por sorpresa. La dedicación en exclusiva. Los kilómetros  lejanos de algo que no está a mano. Tampoco  la sonrisa y  la felicidad están siempre a mano . Quizá la felicidad no es solo la nieve. Quizá la felicidad, es una necesidad que todos hemos deseado por unos instantes alguna vez. Ser valioso. Ser único para tus padres.

(1) los versos son fragmento del poemario de la obra de teatro "si tu no hubieras nacido" escrita y dirigida por Carlos Laredo y su compañía La Casa Incierta, especializada en teatro para bebes. 
(2) Mis tíos a los que cito en el relato, son Jose Carlos y Maite, Mi agradecimiento a ellos desde mi niñez y hasta ahora, pues han sido mi referencia familiar de la integración del deporte en la vida.  

miércoles, 11 de marzo de 2015

El origen de las cosas (cuento)


“Cuando era joven, antes, probablemente, de cumplir los veinte años, siempre me reconocía en el espejo, no porque supiera con exactitud cómo era, no se trataba de eso, me sentía muy desorientada, me extrañaban las cosas que me decían, las cualidades que me atribuían, los defectos que me achacaban, no entendía como todo el mundo parecía conocerme tanto, definirme tanto, sino porque a la joven del otro lado del espejo, siempre le pasaba lo mismo que a mí. Esa joven era la única persona del mundo capaz de comprenderme. “
Soledad Puértolas.

“Era domingo. Londres estaba vacío, vacío. Toqué a ese perro y le dije: ”Jo macho, que solos estamos”  Se levantó y me marcó el paso por delante. Empezó a entrarme un calorcito de compañía ¿no sabes? Un perro que me miraba, me empezó a gustar. Llegué a mi casa y se sentó afuera. Abrí la puerta y él se volvió por el camino que había venido. Aquello me alivió. Me sentí feliz. Me dije. Sole, ya nunca te vas a sentir sola. Será un perro, un pájaro, una nube, no sé, pero me di cuenta de que esa capacidad para no temer la soledad, estaba dentro de mi.”
Soledad Lorenzo.

Las dos citas tienen en común, el nombre de  Soledad y un encuentro. El de Soledad Puértolas (escritora) consigo misma, a través del espejo. El de Soledad Lorenzo (galerista) con algo capaz de romper de por vida el temor a la soledad. Las dos citas me llamaron la atención en su momento,  y de ellas nace esta esta tercera historia la de Soledad Candela, esta vez personaje imaginario observadora e, inteligente desde pequeña, con una mirada que no deja de enseñarme cosas de la vida aunque ella desconozca su origen.  


Cuando Soledad Candela dibujó aquel trazo, sintió que era la segunda vez que pasaba por el mismo punto. Sin pretenderlo, había cerrado un contorno parecido a un círculo. Se despistó unos instantes mirando los coches circular por la M-40 (muchas veces lo hacía) y volvió de nuevo a la pantalla de su ordenador para seguir con el ejercicio de proyectos de su último año de arquitectura. No sabía si habían pasado unos segundos o varios minutos, pero al volver a su tarea, sintió que algo había cambiado. El tiempo contiene instantes en los que puede llegar la clave de algo que seguramente se anhela, y que se producen por si mismos, sin que aparentemente la voluntad tome cartas en el asunto. Al cerrar aquella línea, al pasar por ese punto, tuvo la sensación de que su historia y ella misma habían tomado un curso diferente. Había pasado por ella tan sólo un pensamiento, una intuición, como quien ha pasado por la noche y el sueño ha dejado hecho su trabajo al margen de nuestro control.

Pero era de día, y se trataba de una idea concreta. Miró el sofá, y decidió deshacerse de él. Miró los edificios de Madrid a lo lejos, las torres que se destacaban con nitidez hacia un cielo despejado, y decidió dejar ya de imaginarse el rostro de su padre en cualquiera de ellos. No sabía si se trataba de un salto de madurez o un salto de decisión; una especie de salto cuántico que le cambiaba de órbita. Había pasado algo en su interior aquel instante, sin hacer nada, viendo los coches circular, o mejor dicho no viéndolos ya, viendo tan solo lo que le quedaba de recuerdo en la vista de aquel paisaje repetido, de los coches que circulan rodeando la ciudad para llegar a sus destinos, algunos elegidos, otros necesarios, a veces indeseados, no siempre buscados.

Volvió a la pantalla de su ordenador y deshizo el último trazo que cerraba el contorno que acababa de hacer, y dejó aquella línea abierta, parándose a contemplar, la fuerza del cambio que una simple forma provoca en el recorrido de las cosas. Me gusta así, -pensó- me gusta más así, consciente de que el trazo que hacía le reflejaba más a sí misma. Con esa forma en la traza en planta comenzó a distribuir los apartamentos de la torre que estaba proyectando.

No hacía  demasiados meses que había muerto su madre. Durante su enfermedad, tuvo que convivir con el horizonte de que la expectativa de un día cualquiera sea tan solo conseguir que acabe; llegar hasta el final de él, sin que el sufrimiento y el dolor te minen del todo la moral. Al principio pensó que sobreviviría. Se cortó el pelo como ella, por solidarizarse más aún, y se ponía un gorro para ir a la universidad. Se vió como un chico con el pelo corto, renunciando a su pelo, como queriendo echar más fuerza al obstáculo, -la enfermedad-  pensando que entre las dos podrían vencer mejor a quien se hubiera interpuesto en la continuidad de la vida. No acabó de dar resultado. Su madre iba perdiendo el hilo de la vida, y le arrastraba hacia un mundo oscuro y con ella iba perdiendo su apoyo, una parte verdadera de sí. Aunque en ocasiones discutían ella había sido quien le había  ido llevando hasta hoy, hasta este momento en el que la soledad le había calado hondo, dejando algo de la frialdad que la soledad lleva, y algo a la vez del fuego latente que provocan los enfados no expresados con la vida misma.

Pensó en ella. En realidad no había dejado de hacerlo un solo día. A continuación recibió un mensaje de Juan, su novio. Hacía unos días habían hablado con más amigos el cómo denominar a las personas con las que tenemos una vinculación afectiva. Su chico, su novio, su pareja, su esposo, su marido. Ninguna perfecta. En cualquier caso, -el hombre con el que tenía una relación afectiva- .En bastantes ocasiones y sobre todo en las últimas semanas habían hablado de irse a vivir juntos. Si no lo había hecho antes era simplemente por el apego a su madre, que aunque ya no estuviera físicamente constituía para ella un lazo irrompible, no sólo por los afectos, sino también por todas las emociones heredadas y que siguen circulando por si mismas.

Volvió de nuevo a su tarea. Pensó en los trayectos, que haría la gente, los pasillos, los ascensores. Los trayectos que harían el aire y la luz. Los trayectos que harían de su edificio algo dinámico y vivo. Disfrutaba con ello. Por unos momentos se sintió poderosa, creando algo. Observando tan sólo que si desplazaba un núcleo de comunicación de sitio, o incorporaba una idea interesante, aquello que estaba creando mejoraba, se ordenaba, o adquiría consistencia.  

Aunque demasiadas veces detestaba tantas horas de dedicación, no le importaba dejarse absorber por su actividad. Ver surgir una idea de un dibujo muy simple, y verlo ir creciendo, gestándose. Creciendo cada día, hasta que ves su final, para  sentir las ganas de comenzar de nuevo con otro. Se despista unos instantes con lo de su madre y la persistencia de su voz. ¿Sole? Deberías parar ya, y cenar algo. Sole, no puedes estar siempre encerrada, sal y diviértete también...Hace unos instantes se ha sentido capaz de deshacerse de sus recuerdos pero no de sus sonidos. A veces tampoco de los olores. No sabe si hace lo que le gusta, o lo que hace es un mandato que ya no se sabe de donde viene. Como si alguien le hubiera diseñado un pasillo en su mundo interior que se ignora que es curvo, y que sin darte cuenta si no tomas una salida te devuelve  al mismo sitio, sin llegar a ninguna parte.

Vuelve una tarde y otra a su tarea. La fecha de entrega, la perseverancia en querer hacerlo bien. Las correcciones en la escuela. La crítica. El sometimiento a evaluación constante de los otros. La evaluación de su proyecto a la luz de otra mente, de su vida a la luz de los otros, de su aspecto, su ropa, su pelo…. todo pasando por el filtro de los demás. El temor, la susceptibilidad, el miedo a no gustar. La falta de nada fuerte en lo que agarrarse. Al final, estar preparada para escuchar cuatro o cinco adjetivos que casi nunca compensan el trabajo de  muchas horas; adjetivos que quizá no vayan a ningún lado. Interesante, perfecto, torpe, sutil, horroroso, elegante, potente, ingenioso…adjetivos que sólo expresan de la manera que mejor convenga algo que viene a situar en la mente del otro una línea divisoria de ese primer instinto de aceptación o de rechazo de lo que se nos presenta a la vista.  

Juan insiste con los mensajes al móvil. ¿q tal vas? Llevan días madurando la idea de irse a vivir juntos y comenzar esa nueva vida. Pero Soledad siempre ha sentido que existe una fuerza que se lo impide. No tiene más remedio que seguir. Es tarde ya. Lo mejor ya es no mirarse y evitar ver esas ojeras que hacen imposible un mínimo de gusto por uno mismo. Seguir, como si el día y la noche no existieran. Ver amanecer, el leve ruido de los primeros coches, los primeros perros paseando por la mañana aún oscura, cerca del terraplén inacabado que queda frente  a su bloque.  

Es temprano aún. El póster de un abrazo, con las personas de espaldas, que tiene enmarcado en el salón donde trabaja, revela un tiempo que también ha desaparecido. Un segundo, un instante que ya no está. Apenas unas líneas sugieren una pasión eterna, pero esas gabardinas y esos sombreros, revelan una época ya lejana, extinguida, igual que se extingue un segundo, un instante. Igual que se extinguieron algunas palabras, por desuso. Los planos, imprimiéndose ya por el plotter, saliendo con esa lentitud desesperante, en la que no puede evitar mirarlos de reojo, y pensar, que podría estar mejor, que no le acaban de gustar del todo. Pero es la fecha, de modo que hay que entregarlos. Y más que acabar, siente el comienzo de una cuenta atrás. No quiere estar más aquí. Es la breve frase que resume lo que pasó por su mente en un instante desde su ventana. Toma el coche y sabe que algo ha acabado y que ahora se atreve a algo. A mandar ese piso trece al mundo de los recuerdos. Tomar una salida. Mandar todo ese trayecto de su vida al pasado. A otro instante. A deshacerse de un tabú, de un silencio que había reinado en todos los años que había vivido con su madre, el abandono y la ausencia de su padre. Definitivamente ha decidido irse a vivir con Juan. Después de la entrega se lo dirá... Ha decidido no llevarse casi nada. Tan sólo el cuadro de las personas sin rostro que no sabes si llegan o se despiden, algunos de sus dibujos y proyectos y comenzar algo de cero. El origen no es ella. Su torre abierta, con luz y los trayectos. Dejar en los recuerdos su ventana, para poder seguir. Arranca el coche, y se integra en el flujo de coches que van desde la M-40 a sus destinos. Todos llevan una velocidad similar y ordenada. Todo funciona una vez puestos allí, sin que importe de donde han venido. Desde ahí pueden llegar a cualquier calle. Una vez cerrada la autopista, pueden  dar vueltas infinitas, salirse del tiempo y Soledad diluirse con ellos, con los planos enrollados en el asiento de atrás, listos para dar por zanjada una etapa, y dejar en la memoria aquellas paredes y aquellos paisajes de un punto inacabado de la ciudad, en donde creció su mundo imaginativo, su terraplén y aquellas mañanas después de noches despiertas, donde madrugaban los primeros coches y los perros, y donde ahora viéndolo por el retrovisor a lo lejos, comienzan a  caer rodando muchas de las cosas que ya no le  importan. 

miércoles, 7 de enero de 2015

huellas


 


¿Cómo será ese territorio de los recuerdos,ese universo rico y a la vez misterioso que es la memoria? ¿por qué ese empeño suyo de ser a veces persistente como las olas y otras fugaz como las huellas en la arena? 

La huella en la memoria -el paso de otros- es un territorio con lugares trillados, pero también lleno de espacios inexplorados esperando a ser descubiertos. A veces uno quisiera ser playa, dejar que las mareas y el oleaje en la noche dejara nuestra mente lista para un nuevo día, sin caminos fijos.

Otras veces es al revés, necesitamos de referencias, de los caminos ya hechos, para transitarlos, y daríamos lo que fuera por recordar, y que no se borrase lo que queremos, o que alguien querido a quien abandonó la memoria pudiera recordar, aunque solo fuera por unos instantes.

Puedo bucear en la memoria, puedo recorrerla, pero no dispongo del poder de borrar, de deshacer las huellas de los otros, de la vida misma. Solo esperar, como espera la arena, que la noche renueve la arena, que el viento redistribuya las cosas, que el agua una y otra vez, desdibuje las pisadas, generando un lienzo nuevo, otra oportunidad, un nuevo día.

El propio verano su calor y su agua, tiene en mi ese efecto de borrar algunas  y comenzar de nuevo, de reiniciar. La arena, a la puesta de sol espera un nuevo día, donde recargar de alegría, y de nueva oportunidad, nuestras pisadas, nuestras propias vidas, nuestra historia, nuestra memoria.