domingo, 4 de mayo de 2014

Por Toledo (tres aguas de Cristina Iglesias)


De joven a uno le fascinaba prolongar la noche, experimentar sus sensaciones a la luz de la luna y formar parte de esa vida propia de locales y bares de Madrid que comenzaba a partir de ciertas horas;  volver tarde a casa y disfrutar de la magia que tiene vivir la noche compartiendo sitios y amistades; vivir con intensidad fuera del día como si uno se sintiera ya más adulto prolongando la noche. Ahora, me pasa al revés, cada día disfruto más de las primeras horas de la mañana, de desayunar a gusto y tranquilo tomándome mi tiempo y procurando deshacer las rutinas que a la larga hacen que se pase la vida sin sentirla de lleno. He leído en la prensa que en Toledo se inauguraban en estos días con motivo del cuarto centenario del Greco, tres fuentes de la escultora Cristina Iglesias, así que rompiendo esa rutina he querido desayunar allí temprano y tranquilo en una mañana de domingo, disfrutando de la primavera, de la ciudad y de la magia de la primera hora de la mañana.

Recorrer el camino en cuesta que va desde la Puerta de Bisagra hasta la catedral, es una tentación de lugares que me gustaría visitar o revisitar; la mezquita del Cristo de la Luz, el hospital Tavera, las sinagogas judías o esas calles de traza árabe, que dan un perfil tan bello al Toledo histórico en primavera, procurando valorar lo que tenemos por aquí cerca y aprovechar la mañana para estas cosas, ahora que el tiempo es agradable para caminar y recorrer el encanto de este lugar único en el mundo donde puedes visitar una ciudad de trama árabe que conserva alguna de las antiguas mezquitas y formas propias de esta cultura, junto con el legado de la cultura judía y la cristiana que convivieron durante siglos en este escenario tan peculiar. 
  
Las tres nuevas obras, no sé si llamarlas esculturas, fuentes, o instalaciones  tienen un carácter abierto, donde el protagonismo no lo toma la pieza en sí, sino las posibilidades de lectura que cada uno pueda hacer, a partir de ese homenaje a las posibilidades de expresión del agua. Se trata pues de experiencia, de estar un  rato, de hacerlo parte de un itinerario, o de un  camino; de dejar aflorar en cada espacio,  las reflexiones que cada uno quiera, como en la lectura de una novela, donde la historia viaja de las palabras a nuestra imaginación, y ahí en ese espacio toma vida propia la historia.

La primera de las fuentes, se sitúa en la plaza de la catedral, la imponente catedral gótica de Toledo con esa verticalidad que consigue dirigir  la mirada hacia un cielo nítido en el que se recorta su torre; en ese entorno me ha sorprendido el contrapunto creado por la obra de Cristina, con esta pieza que me propone una mirada diferente en la plaza, una mirada hacia el suelo, hacia la tierra, hacia el cauce de un río, y la presencia simbólica de vida que genera el agua allí por donde pasa. Desde la plaza no se ve el río, pero esta pieza nos lo trae hasta allí, de un modo re-presentado, y como todo arte consigue actualizar, lo que no está presente. Dado que interpreto que es una obra abierta, mi vivencia de ella es absolutamente personal, sin que ello implique que sea eso o deje de serlo, porque lo importante no es la obra, sino la experiencia que podamos tener de ella.

Se trata de una lámina de agua, que se llena y se vacía lentamente, tomándose su tiempo en hacerlo, y al vaciarse deja ver la pieza escultórica en el suelo, que es una reproducción de un fondo vegetal, a modo de raíces o ramajes, con una intención más narrativa que de estricta belleza escultórica que también la tiene. De modo que si dispones de tiempo, lo más que puedes hacer es contemplar un vaciado, contemplar un llenado. No pasa nada especial, ni llamativo, sino profundo; los ríos brotan, se llenan,  y se van vaciando. Nuestra vida también. Y desde esta presencia del río en la ciudad, de nuevo me hago consciente de la enorme importancia que ha tenido siempre el agua en la elección de los lugares por el hombre, en el desarrollo de las ciudades, y en esa capacidad metafórica que tienen con nuestras propias vidas. En el caso de Toledo, el río se toma su tiempo en recorrer la ciudad, sin ninguna prisa y rodeándola prácticamente entera como si la abrazara despacio. Esa calma del río, la suavidad de sus sonidos, la capacidad de relajación, esa manera de vivir el tiempo, tiene que ver con la naturaleza del amor, en cuya naturaleza no hay prisa, sino todo lo contrario. Al vaciarse despacio la fuente de Cristina, también me hago de nuevo consciente de los cauces, de la importancia de los cauces en la afectividad humana, generados también sin prisa y con dedicación en la relación del recién nacido con la madre en los primeros meses de vida. Esos cauces formados son fundamentales para la vida afectiva futura, y a tenor de las investigaciones realizadas en este campo hoy sabemos que esos mismos cauces son utilizados años más tarde en la vivencia del amor romántico. Me puedo imaginar un cauce así en nuestro interior, creado con cariño,  lleno de belleza, de complejidad, de matices, que más tarde ha de llenarse y alimentarse de lo mismo.

La siguiente fuente está en el convento de Santa Clara, actualmente en obras, pero que tiene una sala accesible desde la calle. Cuesta encontrarla, y te obliga a callejear y a perderte por la traza árabe de la ciudad, de casas muy pegadas que buscan la sombra, de paredes y de muros de barro piedra y madera. Es el mundo islámico, de calles con recodos y pequeñas plazuelas llenas de encanto, sobre las que se ha ido configurando el Toledo que ahora vemos a lo largo de siglos de historia, de periodos de fructífera convivencia entre culturas y otros de enfrentamientos y peleas. Si de la plaza de la catedral uno traía los sonidos del río en mitad del bullicio, de la luminosidad intensa, del lugar de encuentro que representa una plaza,  aquí tenemos una sensación muy distinta que es la de la quietud, el recogimiento y la meditación.

En la meditación, se puede lograr un espacio libre de preocupaciones de las normales tensiones de la vida, y lograr un espacio de tranquilidad y quietud, necesarios para liberarse de todo aquello que nos pueda tener aprisionados. Se crea aquí un ambiente de silencio, con una  luminosidad especial, con la luz tamizada a través de una celosías, que logran reducir al mínimo la luz de la sala; en ese silencio remarcado por la quietud del agua  y en esa luz que también se acerca al silencio, uno intenta comprender el espacio del recogimiento, un lugar en el que el mundo exterior tiene menos presencia de modo que se pueda facilitar un cierto acceso al mundo interior, el que no vemos. Otra vez lo profundo, lo que no se ve, lo que no es fácilmente visible pero que sabemos que está ahí, los fondos. El vaciado de la fuente creada por Cristina, deja ver el fondo, metáfora de nuestro interior que necesita un recogimiento, un espacio de quietud en mitad de nuestros recorridos. Después de la tranquilidad de la meditación, en la que uno siempre es aprendiz, con esa posibilidad de calmar, de relajar, de dejar de lado la ansiedad por llegar a ningún lado, continúo mi recorrido hacia la tercera de las esculturas. Con estas dos he aprendido que hay un tiempo para la quietud y otro para la fluidez. Un tiempo para el sonido, y otro para el silencio. Hay un lugar para cada cosa y un tiempo para cada cosa. Como para la noche y el día de las que hablaba al principio. 
   
La última visita, es una instalación en la antigua fábrica de armas, actualmente reconvertida en campus universitario,  que queda en la parte baja de la ciudad, al lado del Tajo. Desde allí, uno contempla de nuevo la ciudad, el perfil tan bello de las ciudad  árabe, cristiana y hebrea, con sus perfiles tan exquisitos, y al lado la ciudad de los años del desarrollismo, tan poco acertada, tan torpe, tan fea, tan sin sentido de la proporción y del gusto, que uno se lamenta de este fracaso  tan frecuente en la historia de algunas de nuestras ciudades.  

Un antiguo depósito de agua de la fábrica, muy cerca del río, ha sido el lugar elegido por Cristina  para acoger esta instalación. Para recorrerlo, hay que subir por su escalera exterior, y una vez arriba contemplar de nuevo el Tajo,  el río que pasa lento por la ciudad. Ver los antiguos compartimentos metálicos que servían para el almacenamiento del agua de la fábrica, y desde ahí arriba contemplar esta tercera fuente, con su sonido envolvente, y que invita a recorrerla no sólo con los ojos y la percepción, sino con el cuerpo, otro misterio del que últimamente pienso que es nuestro principal bien y el que mejor deberíamos de cuidar y valorar.

Ha vaciado el pequeño edificio de dos plantas donde se ubicaba el depósito, de un modo parecido al que Chillida vació su caserío de Zabalaga –actual museo Chillida Leku- dejando las vigas y pilares al aire; recuerdo haber leído de Chillida en su momento, las sensaciones al ir viendo ese vaciado de forjados y de paredes del caserío, descubriendo el nuevo espacio creado, y que él lo expresaba en una frase con palabras del estilo “este espacio tiene vocación de catedral”. Algo similar ocurre aquí, cerrándose el ciclo narrativo de las tres piezas.  Si en la plaza de la catedral, lleva de un modo simbólico el río a  la plaza, ahora en el espacio fabril cercano al río, a su manera, ha introducido una catedral, entendiéndola como  creación de  un espacio vacío, con una intención de tipo espiritual, con un especial cuidado en la introducción de la luz con unas exquisitas piezas de alabastro en las ventanas;  si en las catedrales, la mirada se dirige a las bóvedas, aquí se focaliza una visión al revés, desde arriba hasta la fuente que ocupa prácticamente todo el suelo; de nuevo a mirar en profundidad, aportando la importancia de los fondos, y superando esa concepción tan manida de contraposición entre el suelo y el cielo.

Además de redescubrir la ciudad y el río con nuevas lecturas, disfruto con la riqueza reflexiva que me provocan las obras de esta escultora; hacerme consciente del agua, de la vida, de la quietud y la fluidez, de la afectividad, de la meditación, del espacio, del cuerpo, del necesario cuidado de las cosas. De vivir las cosas contrarias sin contradicción, de la capacidad de convivir en lo diferente, en este escenario donde durante varios siglos, convivieron y nos dejaron obras llenas de belleza, gentes de diversas procedencias y mentalidades, que como el río han ido fluyendo despacio y sin prisa por este espacio tan singular, tan lleno de encanto.