domingo, 10 de noviembre de 2013

pensando en vos


Me gusta tumbarme en la hierba y pensar en vos, dejar pasar una nube, y en un minuto, recorrer tu vida; mil momentos en un instante, momentos desde que naciste y antes de nacer; si me voy  atrás, me veo con tu madre en mil sitios, recorriendo las colinas de Roma en las noches de diciembre, recorriendo los puestos navideños de la Piazza Navona, tomando un café refugiados del frío cerca de las escaleras de la plaza de España, o recorriendo las tiendas donde se compró una americana azul claro , que le quedaba bien con su pelo oscuro y sus vaqueros. Entonces las cosas allí valían miles de liras, y esas cifras altas,  contagiaban  nuestra propia vida  los días  que estuvimos por allí, como si todo quedase multiplicado por mil. Creo que en aquel viaje empezó tu vida, entre columnas romanas y templos, viajando desde la estación Termini, hasta dar con el hotel. Allí, en el museo etrusco, recorriendo la historia y las fuentes, disfrutando de Roma, y celebrando algo bueno. Asomados en el puente del Tíber, cuando las cosas no eran tan inmediatas y había que esperar una semana a que nos dieran  las fotos reveladas. Entrar en las pizzerías del Trastevere, o sentirse pequeño paseando juntos por la ciudad con las basas de las columnas que nos llegaban por encima de nuestras cabezas.

Si sigo un rato tumbado en la hierba, pensando en vos, pasarían en poco rato las imágenes del día que naciste, con esos ojos abiertos queriendo recorrer y sentir el mundo en una tarde.  El octubre que no paró de llover de aquel año. Luego tu guardería, tus campamentos, tu colegio. Tus tardes de lluvia no queriendo perder una clase de tenis, tu chándal azul claro de Nike impermeable que tanto te gustaba, nuestros partidos en las canchas del polideportivo de   Sanse, las navidades que no te dejé salir apenas de casa por los suspensos, el día que salude a la champi, el viaje a Tarifa cuando empezamos con el surf, la piscina de Jávea, la terapia de colores,  las fotos editadas, los cuentos inventados que te contaba antes de dormirte, o que siempre te recordara que sonrieras antes de acostarte, mis explicaciones de filosofía antes de la selectividad, las ganas de vivir cien planes, las esperas  a las cosas, las fotos de los veranos, los viajes a Portugal, nuestra primera bajada juntos tú de pequeña esquiando por el bosque de Navacerrada , los móviles, tus libros de tres metros sobre el cielo que te devolvían a Roma, o la infinita confianza que tienes en mi cuando me preguntas alguna cosa de  matemáticas de tu carrera de la que yo no sé apenas.

Sigo tumbado en la hierba, mientras ya  vives con una intensidad en la que no me da tiempo a seguirte, y te veo algún día recordando  las   infinitas canciones que has vivido y todas las músicas que han acompañado esos días,  y que quedan en el pasado al igual que el aroma del sitio, o el tiempo que hacía .Si llovía o hacía sol. Si hacía frío o  calor .Si era invierno o verano. Y yo recordando, me doy cuenta que no sólo naciste tú, sino también toda la música que has ido incorporando a mi vida. La cantidad de canciones que me llegan  de ti. Intensa Marta. Como las liras italianas, mi vida se ha multiplicado por mil. Entonces en una de esas imágenes la mente se me para en un día, cuando pasaste por esa ciudad revuelta que algunos llaman adolescencia, en el que yo no te dejé ir al concierto que iban a dar en el Palacio de los Deportes los de Maldita Nerea. No recuerdo la razón, pero yo estaba en mi papel, de padre que velaba por que no se te fuesen los estudios de las manos. De que no te conformaras con cualquier nota, de transmitirte, que el orden, el esfuerzo personal, el ritmo de estudio eran importantes. Maldita Nerea me sonaba a grupo superfluo, a modas de un día que pasan sin más, a nada que pudiese merecer la pena. Pero ahora veo que no, que  me equivoqué, y que ese grupo era algo más que estaba esperando en el aire, letras y sonidos que ahora  podemos compartir.  Con el tiempo, y más tarde  he sabido  que para ellos, Nerea significaba música y que lo de maldita era por lo difícil que era vivir de ella y en ella. Así que si Nerea, es música, yo me apunto a nombrarla así, siempre me gustó ese nombre. Ahora todo ha cambiado, los de Nerea, ya son un grupo maduro; atrás quedaron sus años de estudiantes dando conciertos en los bares y locales de Salamanca, seguramente años inolvidables para todos ellos, y para los estudiantes y público ganado que se sabían sus canciones de memoria, sin que aún  hubiesen publicado un solo disco. Ahora eres tú la estudiante universitaria de futuro incierto. Otros grupos estarán empezando, otros ya maduros. No  sólo es difícil la música, también la vida aunque la nuestra este llena de tantos regalos apasionantes. Pruebo a decir  Maldita Vida a ver si es que ese conjuro es la llave de seguir adelante, el conjuro que abre la puerta de todo lo que es difícil, y lo digo, maldita vida, pero me cuesta,  demasiada suerte encontrar a tu madre y  tenerte a ti  como para decir maldita vida aunque ese conjuro me abriese todas las puertas. Demasiada suerte la que nos hizo llegar hasta Roma, en una tarde de invierno, puro azar y suerte, en el que tampoco faltaron   nuestro trabajo y esfuerzo,  porque  para hacer aquel viaje , los dos tuvimos también que conjurar el futuro incierto,  esperar los  primeros trabajos, conseguir los primeros encargos, o pelear para defender nuestro  propio amor.
Tumbado en la hierba sonrío y me quedo dormido y sueño, y los sueños mezclan las cosas sin orden y sin tiempo, a veces también sin peso. Y en mis sueños sin guión establecido,  te veo viajando por el mundo, recorriéndolo entero con tus ojos de recién nacida, incansable Marta, sin parar hasta que se te acabara el dinero, y tuvieras que hacer autostop para volver a tu origen con un cartel de cartón en el que has escrito ROMA, para visitarnos a tu madre y a mi en un nuevo azar del destino….  Entonces pasa de largo un coche , ve tu cartel en el retrovisor, y lo lee al revés por el espejo…y no puede evitar parar y llevarte. Entonces recoges tu equipaje, y te acerca hasta Roma pero  él se pierde por la ciudad eterna, y tú le vas guiando como si te conocieras de memoria la ciudad sin haberla pisado nunca, sin necesidad de mapas ni de preguntas, y al bajar la ventanilla y oler el aroma de los pinos y de las colinas, esbozas esa sonrisa que te decía de  antes de dormirte, y tu memoria te hace recordar en ese instante, que ya habías estado allí mucho antes de nacer.
 
fotografía: mi hija Marta con cuando tenía un mes.