jueves, 25 de abril de 2013

Cristina Iglesias y el agua.
















En los últimos años, Cristina Iglesias ha incorporado la presencia del agua a sus piezas, creando fuentes, pozos y estanques, que a veces funcionan como pieza artística aislada en una exposición y en otras ocasiones como espacio construido a modo de estanque o alberca en un entorno urbano, generando juegos de agua sutiles, que permiten remitirnos a más cosas.

De este modo sus originales pozos, donde al revés que en la fuentes convencionales que suelen representar un agua que emerge, relatan el polo contrario, puntos por donde el agua se filtra  hacia un lugar desconocido, haciéndonos conscientes otra vez del concepto de INTERIOR, esta vez del interior de una tierra que aunque no la vemos ocurren cosas. Esa habilidad de remitirnos a lo que no vemos directamente con  los ojos pero que al ser construidas, podemos percibirlas a nivel mental, es otro de los hallazgos de esta artista.
 
De este modo van apareciendo pozos estanque, en cuya superficie podemos ver reflejado el entorno, juntando en un plano muy sugerente, parte del sentimiento de profundidad y gravedad de la tierra como el de la visión del cielo reflejado, elemento clave de las construcciones orientales e islámicas, entre las que podemos tener como referencia próxima el Patio de Comares en la Alhambra de Granada. Esta lámina de agua donde poder ver los reflejos se vaciará cambiando la percepción de la obra y permitiendo ser consciente de los fondos vegetales de los mismos, recreándose una representación simbólica de la presencia de vida vegetal allí donde el agua fluye.    
 
También con el agua esta artista construye ficciones como la instalación en Baja California Sur, en México, de 14 celosías  de hormigón similares a los laberintos textuales,  que fueron introducidas a 15 m de profundidad en el mar, en un entorno especial de protección de flora y fauna de gran belleza. La instalación creada  será con el paso del tiempo un  arrecife artificial,  pensado para su colonización. La filmación de estas estancias sumergidas, recoge a los peces, interfiriendo de nuevo en ese espacio, jugando a pasar entre los huecos de esos paneles.  Los propios paneles contienen un relato en esas tramas traspasables en tierra por la luz, y aquí por el agua y los peces, actuando a su vez todo como una narración, de algo que se hunde que no es ajeno a que siga habitado de vida como una torre en ruinas abandonada donde los pájaros la colonizan.

 De nuevo lo oculto, y la consciencia del fondo marino, habitado por peces y también lleno de vida, interaccionando con nuestros relatos sumergidos, con cierta referencia a la Atlántida y al carácter simbólico de ese relato, con la fuerza expresiva que da el  encontrase con ese fondo, como una barrera que ya no se puede traspasar. La obra permite llamarnos la atención sobre ese fondo, donde se alojan estas piezas, y  donde el agua marina, no es algo aislado sino interconectado con todo el planeta.

Con esta idea del agua que se conecta, y como uno de sus últimos proyectos están las instalaciones que Cristina está realizando en la ciudad de Toledo, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986, y donde sus arquitecturas y calles históricas son el fruto de la convivencia de las tres principales religiones, la cristiana, la musulmana y la judía. En este contexto cargado de historia y de cultura, Cristina ha realizado un proyecto de cuatro fuentes dispuestas en la ciudad, que tratan la idea de fluencia y de conexión de agua, más que la idea de emergencia. Con fondos vegetales en una especie de acequias horadadas en el suelo, dirige la percepción del observador hacia el suelo, invitando a ser conscientes o desvelar la idea de gravedad, y  de la escorrentía del agua sobre elementos vegetales. De nuevo sentir las posibilidades metafóricas de los vaciados y los llenados de estas pequeñas láminas que generan unos ciclos interconectados.  Sin duda  algo nuevo, original y  profundo, que de nuevo vuelve a hablarnos de nosotros mismos, de lograr coordinar mirar hacia todos los lados del mundo, sin olvidar lo interior.

Cristina Iglesias y la construccion de ficciones.




Cristina construye ficciones con la materia. Son relatos construidos de los que tú ahora eres parte inmersa o envuelta en esa ficción.  La habitación vegetal en cuyos muros nos sentimos trasladados a la naturaleza, la fuente en cuyo fondo se forma un plano vegetal y frondoso solo visible cuando el agua se vacía,  el techo suspendido de fondo marino que da la vuelta a nuestra percepción habitual del arriba y abajo y que nos configura un espacio casi imposible, las habitaciones ficticias tejidas de relatos perdidos y semiocultos, los laberintos sígnicos que transforman nuestra percepción del interior y el exterior, los pozos en cuya escorrentía podemos sentir la profundidad, la gravedad ,el giro de la tierra  etc.
 
Todo parece real, porque puedo tocarlo, sentirlo, verlo, oírlo, remitirme a recuerdos incluso casi a aromas. Todo  parece real, pero a la vez es apariencia de algo, apariencia de hierro, apariencia de tejido, apariencia buscada, para crear una ficción, un sueño, una ilusión construida. Se trata de un juego  de transferencias que se dan en la vida,  de lo real a lo imaginario y viceversa, permitiendo desde ahí hacernos más conscientes de ambos mundos, dejando que esos espacios proyectados fuera de nosotros nos digan algo.

Es el juego de lo envolvente, de lo interior y lo exterior, de las luces y las sombras, de lo superficial y lo profundo, de lo cerrado y lo abierto, de lo que vemos directamente y de lo que vemos reflejado.  La luz, el aire, la celosía, son todo referencias donde lo mental  adquiere construcciones diversas, buscando espacios mágicos que pueden producirse en nuestros interiores  que necesitan referencias espaciales, como techos habitaciones o muros, donde han de producirse reflejos, pasadizos, zonas iluminadas o zonas ocultas que pueden desvelarse.  

Sus relatos construidos contienen en ocasiones secuencias temporales propias y narrativas, no solo del espectador que se mueve variando la lectura. Una fuente estanque que se vacía a través de una grieta al cabo de un tiempo, cambiando totalmente la percepción de la misma, descubriéndose un fondo vegetal, pasando de una percepción espejo de la lámina de agua  a una percepción de  barrera  vegetal, que minutos más tarde volverá a llenarse cambiando de nuevo la percepción de la obra acompañándose de una sensación de calma  o de quietud. Son relatos casi literarios, sacando a la escultura de toda percepción quieta, dando un paso más no solo en lo referente a los diversos puntos de vista sino a las posibilidades de cambio de emociones perceptivas y significados dentro de la misma pieza.  

Lo mismo con sus puertas en el museo del Prado, que disponen de diversas posiciones según la hora del día. Se trata de percepciones cambiantes que no son las mismas si las vemos de lejos que de cerca, variando en cada caso una percepción abstracta de las mismas o una segunda lectura de  pantalla vegetal. Tampoco son las mismas si las vemos al entrar en el museo que al salir porque al cabo de ese tiempo han cambiado de posición; de este modo se introduce una historia propia en sus obras, rompiendo la rigidez estática de lo escultórico, y superando también, lo de los diferentes puntos de vista. Todo está en movimiento, el espectador y la propia obra, reflejando de un modo mucho más preciso las sensaciones que podemos tener un nuestro mundo cambiante.
 
Dentro de esas ficciones, también aparecen los temas interiores de la mente, como puedan serlo nuestras percepciones, y determinadas metáforas de nuestra memoria, como son esos reflejos desdibujados de representaciones, como los logrados con planchas metálicas más o menos pulidas, que reflejan tapices de épocas pasadas de difícil visualización como en capas que quieren desdoblarse para ser vislumbradas, lo mismo con vidrios que reflejan otras partes de la obra, dando una visión posterior de la pieza, como si en nuestra propia mente pudieran producirse los mismos problemas de incompletitud perceptiva con el que nos encontramos con la realidad.

Cristina Iglesias, la mirada a través de celosías y laberintos.

















En la exposición pude ver, como un ciego acompañado de un ayudante iba percibiendo al tacto esta estructura donde no solo  prima lo visual , leyendo el espacio y los textos que hay inmersos en estas celosías de un modo diferente. Es un caso que me llamó mucho la atención, confirmándome la multiplicidad de registros y de lecturas que admiten la obra de esta artista.

Las celosías aquí construidas  no son uniformes, parten de una trama regular a la que le van ocurriendo cosas. Me habla de la diversidad de nosotros mismos, de nuestros lenguajes de nuestros códigos genéticos. Compartimos una trama en la que se producen pequeñas variaciones, de modo que se diluye la uniformidad, dando a entender una idea infinita de posibilidades de conexión, y de diferentes modos de  interacción.

También está contenida  la  necesidad física de sentirnos protegidos, en el lenguaje corriente de “cubrirnos las espaldas” pero al igual que con la luz, son protecciones ambivalentes, protecciones que no nos aíslen, protecciones que regulan al igual que la luz cuanto del exterior puede dejarse entrar y cuanto de uno puede percibirse al exterior.  A su vez, también está la consciencia de un  interior, algo que al mostrarlo de un modo plástico revela información sobre él, metáforas o construcciones que nos hablan del acceso  a lo inaccesible, de vislumbrar enredos, formalizaciones, laberintos, que hacen referencia a cosas que no están claras pero que ocurren en nuestras vidas.

En este contexto la presencia de la persona ciega alcanza un valor metafórico,  porque a efectos interiores, todos tenemos algo de invidentes, podemos utilizar el tacto, otros sentidos, la ayuda de alguien. En cierto modo es la experiencia de ser necesitado y también discapacitado. Vemos, pero nuestra visión nunca alcanza el todo, vamos recorriendo tramos descubriendo detalles, espacios  a las que a veces no tenemos acceso, otros que se van abriendo, otros en los que nos perdemos, y otros  en las que se nos revelan experiencias llenas de luz y de matices.

Cuando estos paneles permiten entrar lo hacen en forma laberíntica, envolventes donde nunca hay una revelación completa de nosotros mismos, sino que a su vez es un mundo que también nos sobrepasa. Solo el otro nos ve, a través de huecos, de matices, diluidos en partes del yo, de algo que se intuye, de algo que se tapa, de algo que se desvela, de algo que se sugiere pero no se dice, son sutiles juegos relacionados con los elementos mentales que se relacionan con lo espiritual y lo imaginario, donde puede incluirse el amor, entendido como algo que comparte ficción y juego, como algo que nunca queda claro si es real o no, debido a que igual que el ciego necesitamos de la presencia de alguien para hacer accesible, legible su presencia.   

Cristina Iglesias y el tejido de tramas.

 













Las tramas sígnicas de Cristina recuerdan a cualquier tela africana del siglo que sea, intemporal aunque en ellas muy al estilo del arte islámico se reproducen determinados textos significativos que quedan diluidos a efectos de su comprensión, ya que la intención última no es la lectura del texto, sino que el texto forme parte de algo materializado. Con ellas, construye  espacios tridimensionales  donde podemos movernos y sentir esas vibraciones con todos los sentidos, corporalmente como en el caso de la  arquitectura. Al introducirse la luz  y  el  recorrido, se introduce también el  tiempo, y una complejidad rica que hace que la obra  alcance infinitas posibilidades, puntos de vista, encuadres, y lecturas. De esta manera llegamos a comprender a nivel sensorial algo de la vida, de sus combinaciones posibles, de sus puntos de vista, creando no objetos unívocos sino objetos complejos dentro de un orden.
 
Estas tramas, que tejen relatos, alcanzan una riqueza singular porque se hacen protagonistas de algo muy importante para el ser humano y para la vida: la idea de ORDEN y la idea de AZAR. Toda la obra de esta artista  busca un orden pero huyendo de lo dogmático y lo rígido. Sin orden no hay nada, incluso el caos contiene un orden. Estas polaridades entre el orden y el desorden tienen mucha importancia en las actividades humanas, donde el orden queda marcado por la trama. Es evidente que en la obra de Cristina hay sensaciones arquitectónicas, pero referencias también urbanísticas debido a la importancia de las tramas y su reflexión sobre ellas. También el tiempo constituye una trama más a través de la historia.  La magia se encuentra cuando aparece cierto desorden, cierto azar, un sutil movimiento que desordena algo, como cuando sopla el viento y o vibran las hojas de un árbol, sugiriendo vida y algo de libertad.  

Las tramas están en las historias, en las ciudades, en nuestros propios tejidos celulares, en nuestras gramáticas, en nuestros relatos, en las artesanías, en internet etc. La trama es algo sustancial a la vida y al ser humano, de modo que reflexionar a nivel plástico sobre ellas me parece un hallazgo valioso del que también se han ocupado otros artistas anteriores como el caso de Piet Mondrian o Paul Klee. 

Formamos parte de esas tramas y somos constituidos físicamente por tramas o tejidos. No podemos considerar la realidad física como algo que está fuera de nosotros sino que formamos parte de ella interaccionando con todo. Las propuestas de Cristina inciden en nuestras percepciones  como parte interactuante de la realidad, como parte modificante del paisaje a través de nuestras construcciones, de nuestras ordenaciones sean de paisaje o constructivas.  Una interacción física y a la vez mental, debido al valor superior que alcanzan determinados elementos, que actúan de referentes como puedan serlo palabras o conceptos que mezclados en la multitud de información en la que nos movemos, adquieren un carácter superior o simbólico.  

Cristina Iglesias y la luz.












Ayer vi El cielo protector, película de hace ya muchos años dirigida por Bertolucci, basada en la novela de Paul Bowles, y que narra con poco argumento pero impresionante fotografía parte de sus recuerdos y andanzas  por Marruecos y el Sáhara. Algunas sensaciones de luz norteafricanas, son las que he sentido aquí representadas en esas piezas laberínticas de Cristina Iglesias, donde como en una buena novela ella es capaz de hacernos vivir sensaciones, luces y espacios imaginarios  que no ocultan los referentes de donde vienen o se inspiran. De este modo Cristina, va realizando unos tejidos bien con barro o con materiales sintéticos, que nos remiten a otros lugares o a otras épocas, de las que forma parte la historia del hombre, entendida como algo vivo, desde que el hombre habita la tierra, o incluso antes de podérsele llamar ser humano.

Los africanos  tienen  una conexión muy especial con la vida, una vida muy ligada al elemento tierra y muy pendiente de protegerse de un cielo a veces muy bello a veces muy cruel. Las casas en algunas zonas de estas regiones son una prolongación del paisaje, como si el barro tomara forma de un modo muy natural y el hombre y sus actividades formaran parte del entorno  casi sin artificialidad.  Ver ese barro, tan próximo a los pies, ese hombre tan pegado a la tierra y tan pendiente del cielo, y esos efectos de la luz, llenos de belleza sobre las construcciones, generan  una focalización    de los elementos más básicos con los que los seres vivos interaccionan con la vida. Elementos básicos  que en el caso  del ser humano permiten  que funcionen  como referentes a nivel imaginario, espiritual o mental, dependiendo exclusivamente del interlocutor que  contempla de un modo tan aislado estos elementos que pueden alcanzar un valor superior o simbólico a todos los efectos.

El cielo a veces parece sólido, dicen en  la película, y esa sensación tan material del aire y de la luz, es una vivencia sensorial  muy especial de todo el norte de Africa, capaz de seducir a innumerables artistas, fotógrafos y escritores,  donde  puede percibirse el aire y su luz  como materia casi táctil, o al menos como algo de cuya presencia hacerse  consciente. La luz, es algo cuya búsqueda es innata por el hombre, pero en este caso, al contrario de las zonas del norte de Europa,  hay que protegerse de ella, evitando que entre directamente a los espacios. Esas protecciones hacia la luz, como las simples empalizadas de cáñamo que uno puede ver en las estrechas calles de la medina de Marraquech, generando un ambiente mágico en su interior, o esas celosías de barro donde uno puede hacerse  consciente de su presencia, tanto en la vida cotidiana y doméstica  como en la vida mística de sus construcciones religiosas, a través de sus matices, de la magia de las sombras, o de la transformación visual del espacio, son sensaciones que uno puede sentir representadas  en algunas de las piezas  de esta exposición.

Este punto de partida, puede explicar en parte la complejidad de esta artista, donde sus obras hacen referencia a  percepciones y sensaciones, realizadas en determinadas partes del planeta, sin que por ello se centre en un solo estilo o en una sola referencia cultural o climática. La luz, tratada como un material más aparece  en sus primeras  obras, investigando sus posibilidades de transformación  a través de los vidrios, o de los materiales translúcidos como es el alabastro, y enlazando en este sentido también, con las construcciones cristianas  del gótico o del barroco, con la magia de los vitrales, o con la teatralidad de los transparentes de las iglesias del barroco, con esa magia poderosa a efectos dramáticos de la luz cenital.  

Al dar el protagonismo a la luz como material propio fluido y transformable, haciéndolo centro de atención en una parte importante de sus obras,  los diferentes  estilos y referencias culturales son diversos, incidiendo en una idea que desde mi punto de vista subyace en todo esto y es que la luz es un referente universal por encima de culturas y tiempos. A través de la exploración  de las  posibilidades de interacción con diversos materiales, que la reflejan, la absorben o  en algunos casos permiten ser traspasados, va revelándose  un afán experimental e investigativo incansable, donde la propia luz va descubriendo las cualidades del material natural o creado por ella como son las celosías, a través de las sombras o los reflejos producidos, que van fluyendo por los distintos planos del espacio.

Exposición de Cristina Iglesias: METONIMIA. Centro de Arte Reina Sofía. Hasta 13 Mayo 2013